APUNTE AJENO
Sacerdotes y víctimas
Ningún delito de pederastia debe quedar sin castigo. Ni un solo crimen de cualquier pederasta. Y si es un sacerdote, un religioso, mucho menos. Es un crimen abominable, un abuso de poder y de conciencia y el propio Jesús de Nazareth dijo que quien escandalizara a un menor merecería ser atado con una piedra de molino al cuello y arrojado al mar. Durante décadas, la Iglesia católica ha mirado hacia otro lado ante los abusos a niños e, incluso, ha protegido a los “hermanos” delincuentes y ha tratado de tapar estos asuntos.
En España han salido a la luz pocos casos, en comparación con otros países de nuestro entorno. Algún medio de comunicación ha abierto un teléfono para la denuncia y tampoco eso parece haber dado el resultado “buscado”. Aun contando con el silencio de las víctimas no aparece “la plaga” que algunos buscan. Yo estudié en un centro, el Colegio Maravillas de Madrid, que ha sufrido recientemente un caso de abusos sexuales. Nunca, durante toda mi etapa escolar, ningún hermano de La Salle tuvo comportamientos inadecuados conmigo o que yo conozca. Por cada sacerdote, religioso o religiosa –apenas hay denuncias en centro femeninos– que ha incumplido su deber sacerdotal, hay miles de sacerdotes, religiosos o religiosas que han sido y son ejemplares en su comportamiento con menores. Muchas congregaciones tienen protocolos para actuar ante estos casos. Cáritas y Manos Unidas han abierto canales de denuncia y se ha creado una Comisión episcopal Antipederastia. Queda mucho por hacer y la Iglesia debería ser proactiva. Hay pocas diócesis que tengan activado un protocolo y no se ha creado una oficina de atención a las víctimas ni se ha estudiado sobre la realidad ni acompañado el dolor de las víctimas. Es importante mirar al futuro y poner los medios para desterrar la pederastia de la faz social, no solo de la eclesial. Pero ésta no puede ser una batalla contra los sacerdotes, contra la Iglesia, contra, por ejemplo, la enseñanza concertada, contra la religión católica. La situación exige transparencia, firmeza y mejor formación de los sacerdotes, pero también defender el trabajo de la inmensa mayoría, de los miles de sacerdotes, religiosos y religiosas. Y una mirada hacia las raíces del problema en toda la sociedad.