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La estabilidad imposible

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En tiempos de crisis, lo más importante es la estabilidad, incluso aunque sea precaria. Si fuéramos un poco más exigentes, hablaríamos de pactos, de consenso, de acuerdos. Se trata de demostrar que los intereses generales, lo que antes llamábamos el bien común, se ponen por encima de los intereses particulares, de los intereses partidistas. La estabilidad da confianza y, en política, solo es posible desde la generosidad de unos y de otros, los que gobiernan y de los que aspiran a gobernar.

Tras las elecciones andaluzas no parece que esa estabilidad vaya a mejorar. Entre otras cosas, porque hemos entrado en un período de agitación en el que todos los partidos se van a jugar no la victoria, ni siquiera el poder, sino la supervivencia. La jugada maestra de la moción de censura de Sánchez le ha dado tiempo y poder escribir en el BOE, pero no le garantiza un resultado futuro que le permita seguir gobernando. PP y Ciudadanos se están jugando el liderazgo del centro-derecha, pero si el partido de Casado no detiene claramente su caída, es posible que se arriesgue a una descomposición progresiva. Y si Ciudadanos no da el salto definitivamente, será un apéndice, necesario, pero secundario.

Decía Ortega que “el hombre de la calle sospecha que no se puede gobernar en el vacío sin apoyarse en la adhesión de una parte de los españoles. ¿De cuántos? No es lo importante el número de amigos con que un político cuente, aun entendiendo por amigos todos los que honradamente coinciden con sus ideas. Lo importante para un político es la adhesión de los enemigos, lo cual solemos llamar respeto”. También la oposición debería ganarse el respeto de quien gobierna, pero ni para unos ni para otros va a ser fácil obtenerlo de los adversarios y de la ciudadanía. ¿Y quiénes son los adversarios y quiénes los enemigos de Sánchez? Ni siquiera es fácil responder a esta pregunta cuando hablamos de economía, de libertades o de respeto a la Constitución, de democracia.

“Día por día, minuto por minuto, palabra por palabra”, decía Ortega, “tienen que conquistar nuestro respeto”. Sin conquistar nuestro respeto –que pasa por respetarse a uno mismo– la clase política no puede ofrecernos esa imprescindible estabilidad.

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