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Siete días trepidantes

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Cuando se llega a la recta final, se acierta, y entonces ganas la carrera, o empiezas a cometer equivocaciones, llevado del nerviosismo, y la pierdes. Ahora, corriendo ya hacia esa meta que es la inminente investidura, o no, de Pedro Sánchez como viejo-nuevo presidente del Gobierno, parece que todos andan tropezando, alguno de ellos quizá con la secreta intención de hacer caer también al que lidera el pelotón. Todo ello, para desesperación de los espectadores, que han pagado y apostado por la competición y no entienden el cúmulo de errores que amenaza con tener que volver a repetir la carrera, y entonces qué.Creo que Sánchez, que lleva el maillot amarillo que da alas, y sus asesores saben que lo último que pueden hacer en esta recta final es perder los nervios; pero el presidente en funciones ya se ha lanzado nada menos que a hacer una propuesta de reforma constitucional, muy necesaria por cierto, pero muy inoportunamente planteada en estos momentos. Porque si no tiene mayoría simple siquiera para ser investido ¿cómo iba a lograr una mayoría suficiente para reformar la Constitución? Así llegamos a la recta final antes de las cruciales fechas entre el 23 y el 25 de julio. Nada indica que vaya a ser posible la investidura de Sánchez en esta primera convocatoria, y ya todos piensan en lo que pueda ocurrir en septiembre, aunque el presidente en funciones haya advertido, sin que casi nadie le crea, que será ahora, en julio, o iremos a una nueva convocatoria electoral allá por noviembre. Temo mucho que los días que nos separan del comienzo de la sesión de investidura, es decir, esta semana que comienza, sean pródigos en ocurrencias, volteretas y piruetas, declaraciones contrapuestas y a veces hasta contrarias por parte de un mismo personaje. No sé si son conscientes los corredores de que están repitiendo el escenario de 2016, aquel año nefasto que nos metió en una crisis política de la que, no solo no hemos salido, sino que en ella nos enfangamos cada día más. El sosiego es la virtud de los privilegiados, de los fuertes. Lo recomendaba Felipe II a sus apabullados visitantes, apocados ante la grandeza del emperador: “Sosegaos”, les decía, aumentando, claro, su confusión. Sosegaos, señores, que a este paso no llegamos a la meta ni locos. Que es, por cierto, como nos tienen.

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