La mano de Trump es alargada

Venga, vamos a fabular. Los Oscar 2017 tenían un protagonista, si me apuran, más que el propio cine: el ausente presidente de los Estados Unidos que, pasando de la ceremonia, se montó una fiesta con los embajadores de medio mundo. En la gala le sacudieron bien –algo menos de lo que se esperaba– y en casa, que somos más partidarios de la ironía que del ataque directo, la pulla que más nos gustó fue la del presentador, un impecable Jimmy Kimmel, cuando le preguntó a Meryl Streep –una de las más distinguidas enemigas de Trump– si el vestido que llevaba era de Ivanka (ya saben, la hija diseñadora del mandatario). Ante tanto ataque, ¿quién no te asegura que los servicios de inteligencia afines al presidente no manipularon los sobres para que se produjera la mayor y más sonrojante pifia en los 89 años de vida de los Oscar? Ya lo saben, dar el premio a una película que no era la ganadora. Ya sé que esto no es más que una hipótesis más que improbable pero voy a colgarla en Twitter, a ver qué pasa. Al fin y al cabo, Donald Trump ha puesto cosas peores y han dado resultado.