El encanto de la Super Bowl

Algo debe de tener la Super Bowl para que, a miles de kilómetros de distancia y en un deporte tan poco europeo como el futbol americano, sea capaz de conseguir que haya personas que se pasen la noche en vela para verla. En los cinco continentes vieron el triunfo de los New England Patriots sobre Los Angeles Rams, nada menos que 98.200.000 de espectadores (y eso que registró una tendencia a la baja). Uno de estos espectadores fue, como cada año, el amigo Iñaki, adicto entre los adictos, que hasta fue capaz de convencer al jefe de deportes de SEGRE para verla en su casa. Otros, como es mi caso, perdemos la noche para ver los Oscar, pero bueno, esa es otra historia. El caso es que la Super Bowl (que supera en todo al béisbol, deporte número dos en preferencia, el hockey sobre hielo y la NBA) sigue siendo una máquina de hacer dinero (cada anuncio se cotizaba cerca de los cinco millones de dólares). La fiesta del descanso fue un show total y los realizadores perdieron el culo, con perdón, para pillar el beso de la estrella Tom Brady con su esposa, la modelo brasileña Gisele Bündchen.