Siempre queda Eurovisión

Aunque el festival ya no es lo que era (y sin Urribarri primero e Iñigo después), Eurovisión es Eurovisión. Puede que sea el paraíso del frikismo televisivo que domina con mano de hierro las redes sociales, pero es todo un fenómeno social que, una vez al año, arrasa con todo. Y en este 2019 no ha sido una excepción. Da igual que la canción que representaba a España, que siempre acude a la cita con el paso cambiado, volviera a fracasar con un modesto vigésimo segundo lugar –había bastantes temas aún peores, la verdad– y que tardaremos tiempo en escuchar un tema tan hermoso como el Amar pelos dois de Salvador Sobral (ganador en el 2017) o que lo de las votaciones dobladas sigan siendo un galimatías difícil de explicar y de entender. Incluso que Israel se gastase un millón en llevar a la gala a Madonna para que desafinase y demostrase que está ya en la recta final de su carrera (sería por el parche en el ojo que no le dejaba ver bien el pronter). Todo da igual. Eurovisión está por encima del bien y del mal. Es una cita obligada que parece no cancelarse nunca.