SEGRE
El Chelsea con su trofeo de campeón.

El Chelsea con su trofeo de campeón.SEGRE

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Es cierto que cuando se designó a Bakú como sede de la final de 2019 de la Europa League no se sabía qué equipos la iban a disputar, pero a toda una UEFA, además de su irresistible afán por meter la mano allá donde huele a pingües beneficios, cabría pedirle un poco de perspectivas para prever lo que podía pasar y, por desgracia pasó con el Chelsea-Arsenal de este pasado miércoles. En pleno siglo XXI, no es de recibo que una de las estrellas de los gunners, el armenio Mkhitaryan tenga que quedarse en Londres porque el gobierno de Azerbaiyán no pueda garantizar su seguridad durante su estancia en Bakú (los dos países sostienen un durísimo enfrentamiento político). Solo por eso ya debería de haberse cambiado el escenario de la final, pero los mandamases prefirieron adulterar la competición ante el suave murmullo de los dólares. Y aún más. Ante los 5.000 kilómetros de ida y vuelta, combinaciones interminables y precios prohibitivos no se desplazaron más de 6.000 aficionados de ambos equipos. Campo lleno, sí, pero sin entusiasmo. Parecía un amistoso.

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