No hay duda, gana Halloween

Es duro admitirlo, pero no por ello es menos cierto. La moda del Halloween se ha adueñado de este país para quedarse. Nacido en Irlanda, dominador en Estados Unidos y vendido cada 31 de octubre urbi et orbi, Halloween ha provocado una fiebre, un culto al más allá y a los disfraces que no hay vacuna que la cure.

Los pocos, selecta minoría a lo que se ve, que aún somos de comer castañas, panellets y boniatos, pertenecemos a un mundo analógico donde encontrar, por ejemplo, una representación del Tenorio –en mi infancia era un fijo en la única televisión de este país– es ya un anacronismo. Es más, no la programan, y en casa vamos a rayar a base de ponerlo en la noche del último día de octubre el DVD de su mejor versión: la de Paco Rabal y Concha Velasco. Por cierto, en televisión han presentado los panellets como una rareza propia de Catalunya bautizándolos, mal, como “panallets” o “panadets”.

En fin, el resto, films de terror a cascoporro con títulos sobre brujas, fantasmas, espíritus y selección de las sagas de Halloween, Elm Street o Viernes 13. ¡Un horror!, sí.