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Ya sabemos que lo que vamos a decir ahora es peccata minuta con lo que está ocurriendo en RTVE, en donde no es aconsejable aventurarse por los pasillos de la planta noble no sea que uno acabe con un cuchillo clavado entre los omoplatos. Sin embargo, la trama, digna de los mejores capítulos de Succession, no puede esconder hechos más cotidianos como los que sufrimos los espectadores en las retransmisiones deportivas de La 1. Uno puede dar por supuesto que la publicidad es lo que da de vivir, y en la televisión pública, salvo puntuales patrocinadores, es inexistente. Pero tampoco es plan que durante los partidos de fútbol (un ejemplo), el narrador, el ahora indultado Juan Carlos Rivero (Madrid, 1961), que de defenestrado haya recuperado mando, y voz, en plaza, vaya intercalando avisos de lo que se puede ver a continuación, sin darle al mando a distancia. En el España-Brasil, sin ir más lejos, iba diciendo lo que ofrecería la cadena, incluida la Eurocopa, cuando se le escapó, o no, un “pero lo más importante es...”. Y no era otra cosa que la película que venía después.

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