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Quién crea que el festival de Eurovisión no está politizado es que vive poniéndose de perfil a la realidad de este mundo. De hecho, Eurovisión y política han caminado de la mano desde el minuto cero de la primera edición. ¿O es que no se acuerdan de la geopolítica del voto que tan bien explicaban Uribarri, primero, e Íñigo después, en cada retransmisión de la gala? ¿O no nos acordamos de cuando RTVE vetó a Serrat y movió todas sus influencias para que ganase Masiel con su La, la, la, para que no fuese dicho, aunque quedara derrotado el mismísimo Cliff Richard? Pues ahora es más de lo mismo. Ucrania ganó en 2022 por lo que ganó. Rusia no participa y Palestina, ahora mismo, no gana porque no concurre en el evento. En cambio, Israel sí, aunque ha tenido que presentar hasta tres canciones para que la UER le diese el visto bueno. No ganará, tranquilos. Pero lo último se produjo en la primera de las semifinales. El sueco Eric Saade, invitado a la gala, cantó su tema con un pañuelo palestino en su muñeca. Poco después, la actuación estaba borrada en las redes. Punto pelota.

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