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El glamour y la grandeur francesa quedaron tan mojados como empapados quedaron los protagonistas en directo en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos 2024. Televisivamente hablando, el supuesto espectáculo resultó largo, pesado, aburrido y con demasiados tiempos muertos. Ciento cincuenta cámaras y el realizador no pudo ofrecer ni un primer plano de los abanderados de los países que surcaban el Sena, evidenciando que hay delegaciones de primera, segunda y otras que están ahí porque ha de haber de todo, al menos a tenor del tamaño de las embarcaciones designadas por la organización o esos voluntarios empapándose mientras protegían a los gerifaltes con un paraguas durante los discursos. Penoso y clasista. Salvo el encendido del pebetero, eso sí fue espectacular, con viejas glorias –a Nadal lo encuadraron en ellas– nada nos hizo añorar Barcelona 92, que sigue siendo todavía la mejor, a la Caballé, a Freddie Mercury, a la Fura dels Baus, al Tricicle y al Amigos para siempre de Los Manolos. Como decimos por aquí, “que n’aprenguin!”.

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