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Estamos de acuerdo en que todo el mundo se merece sus tres minutos de gloria en esta vida y que, siguiendo aquella vieja máxima periodística, hasta el más abyecto de los delincuentes tiene una entrevista. Vale. Pero el caso de Julián Muñoz, fallecido esta semana a los 76 años, merece, cuando menos, una reflexión. Fue un político, elegido democráticamente alcalde de Marbella, sí, pero que metió la mano en la caja de manera exagerada y acabó siendo condenado a una pena de cárcel que no cumplió en su totalidad por motivos de salud pero que, sin devolver los millones que se embolsó de forma ilícita, adquirió para los medios un estatus mediático por su fugaz relación sentimental con Isabel Pantoja. Los medios, en la última etapa de su vida, le concedieron la condición de VIP, con entrevistas pagadas generosamente, y tras su muerte han llenado horas y horas de televisión hasta un especial, emitido ayer en Telecinco que cambió toda su programación nocturna, con una entrevista póstuma en la que, según él, iba a explicar toda la verdad de lo suyo. Para hacérnoslo mirar, de verdad.

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