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No recuerdo ahora mismo qué crítico televisivo lo escribió, pero comparó a El foraster de TV3 con un huevo Kinder: conoces perfectamente cuál es el continente, pero nunca sabes con qué sorpresa vas a encontrarte en su interior. Pues eso, ese es el atractivo del programa por el que no pasan las temporadas (salvo que alguna vez se le acaben los municipios), pero que sigue arrasando en audiencia cada vez que se emite una nueva entrega. Este lunes El foraster visitó La Granja d’Escarp. Si pasamos por alto el hecho de que el espacio se emite meses después de ser grabado, el espectáculo fue notable, como siempre, por otra parte. La empatía del presentador, que mezcla su evidente peloteo con sus bromitas, nos hizo disfrutar con la galería de personajes que fueron desfilando ante las cámaras, pero sobre todo, nos encantó Esther, que con 42 años ha vuelto a casa, y su padre Anselmo, descubriéndonos el verbo brugolar (semejante al carrañar de la fronteriza Litera), para definir broncas cariñosas, junto a Maria Cinta, la guía por los campos de la floració, y el pescador de siluros.

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