El teatrillo sí que triunfa
En casa ya hemos renunciado a intentar comprender el porqué del éxito de La isla de las tentaciones, ahora mismo el programa de más audiencia del universo Mediaset. Pero, en cualquier caso, no aguanta la comparación, salvo el hecho de que el guionado espectáculo puede verse urbi et orbi, con las veladas o tardeos de la lucha libre en el Antorcha, primero, y La Bordeta, después. Todo era puro teatro, pero también enganchaba al personal. Ahora, yendo al grano, las infidelidades entre las parejas que entran en el reality y los grupos de tentadores/tentadoras se convierten en asuntos de estado en las posteriores galas. Los espectadores disfrutan sin saber, o no querer saberlo, de que todo obedece a un casting entre aspirantes apolíneos/apolíneas que van a lo que van porque ya lo han pactado previamente para hacerse un hueco entre el mercado de influencers. Ya saben sus condiciones: las parejas no pueden estar casadas ni tener hijos en común. Y ahora aparecen elementos como el tal Montoya que, con sus sobreactuadas salidas de tono, lo peta.