El coronavirus desde la prisión
SR. DIRECTOR:
A todos nos ha cogido por sorpresa esta pandemia que está tristemente castigando a nuestra sociedad. Este virus no distingue edades, ni ricos ni pobres, ni clases sociales. Es por eso que también su llegada a la prisión puede ser inminente. El próximo mes de julio cumpliré dos años de permanencia en prisión. No es fácil poder transmitir en pocas líneas mi situación personal, pero este momento excepcional de confinamiento para la gente libre me ha motivado a escribir esta carta. Son ya varios días y la gente se empieza a poner nerviosa en sus casas. Mi único medio de información exterior es a través de la televisión y la radio, aquí no disponemos de internet ni de prensa diaria, y solamente nos podemos comunicar con nuestras familias a través del teléfono. Por cierto, como medida excepcional nos han puesto 20 llamadas semanales de 8 minutos de duración cada una (lo normal son 10 llamadas a la semana). De momento, y hasta nueva orden, están suspendidas las visitas exteriores de familiares, con buen criterio, para poder evitar la entrada de la enfermedad. Es muy duro no poder abrazar a tu esposa e hija en un largo espacio de tiempo y solo poder escuchar su voz a través de un frío teléfono, pero aquí una de las cosas que se aprenden enseguida es a resignarse. Esta situación que ustedes están viviendo desde sus casas no deja de ser una prisión abierta y, quizás como seres humanos que somos todos, deberíamos aprender a valorar las pequeñas cosas de las que habitualmente podemos disfrutar y que no les damos importancia. Cuántas veces escuchamos expresiones como “en la cárcel se vive muy bien”, “están a cuerpo de rey…”, etc. La prisión, igual que el virus, no distingue a la gente. Todos podemos entrar a formar parte de ella en cualquier momento. Que esta situación nos sirva a todos para poder llegar a recibir una segunda oportunidad.