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Apoyo a la dirección de la Llar de Sant Josep de Lleida

Imagen del exterior de la llar de Sant Josep.

Imagen del exterior de la llar de Sant Josep.AMADO FORROLLA

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SR. DIRECTOR:

Me llamo Jaume y llevo 38 años como auxiliar de geriatría en la residencia de ancianos Llar de Sant Josep de Lleida, perteneciente a la Generalitat de Cataluña, donde he vivido muchas situaciones, unas buenas y otras malas, como debe suceder en todos los trabajos. En estos meses pasados, la Llar de Sant Josep fue noticia en la prensa por haber sido denunciada por las familias de seis residentes del delito de homicidio por imprudencia, al haber perdido a sus seres queridos en esta pandemia producida por la Covid-19. Próximamente, las consecuencias de ese virus nos dejarán sin directora, el día 15 de octubre.

Esta carta que he decidido a escribir no pretende lavar la cara de mi centro de trabajo ni la de los profesionales que en trabajamos él porque no lo necesita, ya que el trabajo que realizamos siempre intenta ser eficiente y profesional por parte de todos. Pero 34 defunciones, que fueron las que tuvimos en dos o tres meses, tienen que servir para que todos nosotros también hagamos autocrítica.

En los 38 años en el centro he tenido diez directores y quiero dejar constancia que todos ellos se han comprometido con su función aunque en el día a día no hayan tenido el mismo acierto. Con unos ha sido más fácil sentirse profesional y mejorar que con otros, porque han sabido ser exigentes con los procedimientos y con el trabajo de aquellos que tenemos que atender a los usuarios, relegando a un segundo plano las cuestiones administrativas o de gestión más pensadas para satisfacer normativas de políticos con demasiado ego y apego a una administración falta de compromiso que con lo esencial, las personas ingresadas y quien las atienen.

Pero no por eso crucificaré a alguno de mis directores, y menos al último, que ha tenido que afrontar absolutamente solo semejante problema y sobre el que se dirigen las denuncias, y eso lo digo yo que no he tenido con él la misma sintonía de trabajo que he tenido con otros. Pero me da exactamente igual. Porque entiendo que la culpa, en todo caso, es de quien nos coloca al frente a gestores administrativos que intentan que todo funcione priorizando aspectos que a veces pasan por delante de la función básica que tiene una residencia de ancianos, que no es otra que facilitar que las personas que ingresan continúen siendo personas con sus deseos, sus derechos y su personalidad propia, y no como un elemento más que da sentido a un edificio o servicio, que se pone en un nivel superior al de la propia persona que tiene que atender.

A esta dirección sobre la que puede caer toda la responsabilidad de semejante problema lo único que le recriminaría es no haber escuchado o dudado del personal con más experiencia y del trabajo en equipo basado en el compromiso, la profesionalidad y la responsabilidad, en lugar de apostar por cantos de sirena cargados de soberbia que complacían oídos pero destruían equipo, consiguiendo la desvinculación de profesionales muy comprometidos con el centro y que cuando llegó semejante situación ni estaban ni se les podía esperar.

Lo sucedido en nuestra residencia hace unos meses es una bofetada en toda regla a muchas actitudes y comportamientos que sería bueno analizar detenidamente. Ahora, todo esto puede escandalizar a la sociedad o a unos familiares que desgraciadamente ante la pérdida de sus seres queridos se sienten agraviados y culpan al centro y a sus profesionales de su mal trago. Ya me habría gustado a mí y a mis compañeros que la exigencia sobre la atención de sus familiares fuera siempre constante y exigente con la administración para que vigilara la profesionalidad, nos dotara de personal, de medios y recursos que garantizaran el bienestar de todos los residentes. Los que trabajamos en residencias sabemos que esto no es nada habitual y que cuando se produce esta exigencia, si no se hace pública, es ignorada y silenciada para evitar el desprestigio del centro y que se haga visible el poco compromiso que tiene la administración sobre un sector que nunca hace ruido.

Yo, que he discrepado con mi directora en muchísimas ocasiones, hoy me solidarizo con ella sin dudarlo ante el mal trago que ha de pasar próximamente en los juzgados. Su esfuerzo, las horas dedicadas y su soledad para afrontar y vivir semejante golpe de realidad no merecen otra cosa que mi reconocimiento con errores o sin ellos. Ella y nosotros no seremos víctimas del virus, somos víctimas hace tiempo de una administración politizada e inoperante que nos hace cargar con la frustración de no haber podido hacer más por nuestros usuarios, pero no puedo ni sería justo dejar que cargué ella con el pésimo trabajo, la desidia y desamparo del departamento de Bienestar Social y Familias. Ellos, desde el Olimpo de sus cargos, no habrán dejado caer ni una sola lágrima; nosotros, todas por cada uno de los residentes que nos han dejado. La angustia sufrida por los que han vivido y afrontado el problema y especialmente mi actual directora merecen nuestro total y absoluto respaldo.

Las familias tienen todo el derecho a denunciar, faltaría más, pero nada conseguirán que mejore si el objetivo siempre es el árbol (director), no dejándoles ver que el problema está, la mayoría de las veces, en el bosque (políticos).

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