CARTA A LA DIRECTORA
Nuestro lenguaje no verbal
Sra. Directora:
Una imagen vale más que mil palabras. Esta frase la hemos oído alguna vez en nuestra vida y hemos adoptado su significado. Pero algunas personas ignoran que una imagen, a veces, transmite mensajes que no consiguen los textos.
En primer lugar, el lenguaje corporal es la forma más importante de la comunicación no verbal. El lenguaje escrito es engañoso. Una persona puede decir una cosa y pensar otra completamente diferente, o engañar conscientemente a su interlocutor con mentiras.
Sin embargo, engañar a alguien con el lenguaje corporal es considerablemente más difícil, ya que una gran parte pasa de forma inconsciente. En muchas personas, los gestos, la expresión facial y también la postura general nos dicen de forma clara lo que están sintiendo. La expresión facial, los gestos y la postura corporal son expresiones más inmediatas de nuestros sentimientos.
La razón de eso es que la mayoría de estas señales se emiten de forma inconsciente. Sobre todo, en momentos emocionales de alegría, miedo, enfado o tristeza es casi imposible dominarlo.
Por otra parte, las emociones se transmiten, en gran parte, mediante los ojos, la boca y las facciones de la cara que únicamente las intensifican. Una mirada puede señalar interés, ausencia, efecto, odio, falsedad, duda, curiosidad o miedo, y todo eso lo podemos percibir en cuestión de segundos.
Si los ojos están despiertos y abiertos y miran tranquilamente la persona que está hablando o el objeto de lo que se está hablando absorben toda la información de forma concentrada. Sin embargo, cuenta, si el contacto visual directo dura demasiado, las otras personas lo consideran rápidamente desagradable o pesada.
Una mirada completamente descentrada y sin movimiento es una señal, que alguien está ausente y que está centrado en sus pensamientos. En conclusión, las palabras son como las gafas que desdibujan todo aquello que no aclaran. El 12 por ciento de las personas con gafas las llevan para intentar ver mejor. El 88 por ciento de las personas que usan gafas es por un intento de parecer más inteligentes.
En mi opinión, las mejores lupas del mundo son los ojos de un hombre cuando mira a su misma persona. No tenemos que esperar que el mundo sea su voluntad, se fue haciendo más cómplice de nuestros juegos, se acostumbró a nuestra pequeña tribu de niños. No recuerdo si tenía nombre o si llegamos a poner alguno.
El caso es que fue más tiempo de lo que normalmente estábamos acostumbrados a que un perro nos siguiera allí donde íbamos. Incluso que, como el perro de la novela La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, movido por su instinto animal, mordió con una inesperada fuerza, con furia, en el brazo que lo hacía jugar.
La revancha del agredido fue tan rápida y furiosa, que, ella, la perra, no podía entender el porqué de tanta violencia y crueldad. Huyó desconsolada, uno se marchó apaleada. Al día siguiente, cuando volvimos a las calles, cuando creíamos que nunca volveríamos a ver la perra, allí estaba, esperando para jugar.
A las personas, al igual que a los perros, nos persigue un instinto animal, un instinto básico, primario, que nos hace reaccionar con rapidez y no siempre acertadamente, pero con la diferencia del rencor de unos y la indiferencia de otros.