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Como aquel Yuri Orlov (Nicolas Cage) en El señor de la guerra, traficante de armas internacional que vendía todo tipo de armamento a la vez que discurseaba sobre lobbies, gobiernos con doble cara y el gran negocio global que resultan ser las guerras, en Juego de armas, desde un flashback inicial y la voz en off de un joven pardillo metido en ese comercio de la mano de un amigo de la infancia cínico, hipócrita, insaciable, sin desmerecer su buen ojo a la hora de encontrar fisuras para negociar con el mismísimo gobierno estadounidense pese a meteduras de pata que por su condición de buitre acaban en escándalo, se deriva hacia una ácida crítica donde nadie sale ileso y se pone en cuestión las guerras inventadas como un telón que oculta un enrevesado entramado comercial de intereses y ambiciones. Todd Phillips, responsable de las exitosas comedias de los resacones, coloca en el ojo del huracán a dos personajes en una profesión inmisericorde donde las negociaciones son resbaladizas y las alianzas con tipos duros especialistas en el tema tienen tanto de formales como de peligrosidad asegurada. El resultado es una bajada a los infiernos donde se desvelan los complejos hilos que mueve un negocio sin medida, así como notables cambios de vida que no están exentos de peaje. Juego de armas bien podría ser una fábula ética dentro de un mundo canalla salida de un ficticio guión, pero este se basa en hechos reales y eso es demoledor si miramos hacia los Estados Unidos, pero aún más desmoralizante si supiéramos cómo se desarrolla esta industria por el resto del mundo y así medir nuestra enorme ignorancia sobre el tema en territorios mucho más cercanos.

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