CRÍTICADECINE
Mal, pero canté
La filmografía del director Stephen Frears es heterogénea pero tiene estilo propio, sus personajes se mueven entre la amargura y la comedia sin hacer ruido, saliéndose del margen de una vida al uso. Como los de Ábrete de orejas, Café irlandés, Los timadores, Alta fidelidad o Mrs. Henderson se presenta. Son obstinados pero frágiles, viven a contracorriente dando la sensación de que son los demás los que van descaminados y poseen tantos matices que sus actos son una declaración de principios. Si con la reciente Madame Marguerite el director Xavier Giannoli trasladaba a la Francia de los años veinte el aura de una mujer singular, Florence Foster Jenkins, de voz poco armoniosa pero empeñada en ser una gran soprano, el cineasta Stepehn Frears la recupera tal cual era, en su acomodada clase social, en su altruismo –Toscanini la sableaba de tanto en tanto– en su vida amorosa con un actor inglés fracasado con doble vida pero leal y honesto con la discutible diva a la que adoraba y protegía cuando desafinaba tanto que provocaba la risa en todo aquel que la escuchaba, aunque llegó a cantar en el mismísimo Carnegie Hall ante la tropa americana y grabó discos que se convirtieron en todo un fenómeno que ha traspasado el tiempo. La película, entre el ridículo y la ternura, tiene en Meryl Streep un pilar básico, una actriz que se transforma hasta hacer suyo el personaje y en Hugh Grant, el acompañante perfecto, elegante y discreto desde las sombras, destacando también el joven Simon Helberg como el endeble y delicado pianista que acompaña a una mujer que hizo de su voluntad una gran verdad: “La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir que no canté”.