CRÍTICADEMÚSICA
Música democrática
El festival Musiquem Lleida! finalizó el domingo con dos obras de Haydn que no había oído en mi vida y son dos hermosuras. La Coral Shalom llevó todo el peso de la Misa de San Bernardo de Offida y evitó dos grandes riesgos de los coros no profesionales: que se te coma la orquesta y que te cales, es decir, que acabes por debajo de los instrumentos por cansancio de las sopranos y los tenores. Lo primero no ocurrió porque el eslovaco Robert Faltus es un director muy eficaz. Lo segundo, porque las sopranos y los tenores son muy buenos. La misa cuenta con dos encantadores números para voces solistas que fueron dichos por cuatro cantantes jóvenes (a los que se unieron dos del coro) que mostraron la clase de voz que le va a esta música, ni tronante como antaño ni tan de pequeño formato como suele hacerse hoy. Cantaron afinados y lucieron timbres frescos como lechugas. Antes hubo la sinfonía 82. En el último movimiento, de tempo demasiado rápido para las muchas notas de la cuerda, peligró la cohesión, pero la lectura de Faltus fue muy buena, atento a las muchas pieles de plátano que contiene la partitura, con sorpresivas resurrecciones cuando parece que las frases se acaban y una escritura mucho más endiablada de lo que parece para la cuerda, ya que rompe a menudo la lógica melódica dieciochesca. No se perdió ninguna nota y se reprodujo la aparente ingenuidad –pura eficacia– de un Papá Haydn que se las sabe todas y avanza muchas cosas que vendrían después, incluidas la transgresión, la excentricidad y un sentido del humor muy inteligente. Tanto la sinfonía como la misa son músicas democráticas: nadie destaca. Faltus logró que tampoco quedara nadie fuera.