COLABORACIÓN
Europa no pierde el norte
Profesor de ESADE Law School
El 2016 se cierra con más incertidumbres tras el Brexit y la inesperada victoria de Donald Trump, que cuestionan las relaciones de la UE con Gran Bretaña y EEUU. Y ocurre cuando la Rusia de Vladimir Putin, que afilora a la URSS, sigue presionando a sus vecinos de Europa del norte, central y oriental. Tampoco la crisis política italiana ayuda a superar las crisis de otros países del sur como Grecia, Portugal y España. Y todos seguimos pendientes del resultado de las próximas elecciones en Holanda y Francia en la primavera de 2017. Mientras tanto, la Alemania de Angela Merkel intenta llevar el timón europeo para navegar en mares revueltos. Los cinco países nórdicos afrontan mucho mejor la crisis europea. No son grandes economías en dimensión pero muy abiertas internacionalmente. Y cuentan con unos Gobiernos que gestionan sus poderes con transparencia y eficacia así como unos recursos humanos preparados y motivados. Unas llaves maestras para seguir aprovechando las oportunidades de una globalización contestada por la opinión europea pero que seguirá su curso liderada por China y otros países emergentes. Se suman varios factores: unas sociedades avanzadas que priorizan la educación, impulsan un crecimiento económico más igualitario, socialmente inclusivo y protector del medioambiente. Y se favorece el desarrollo de clusters o polos de investigación e innovación con una estrecha cooperación entre las universidades y las empresas, una alta inversión en I+D, una buena disponibilidad de capitales, etc. Los nórdicos lideran los principales índices socioeconómicos de las instituciones internacionales. El de Desarrollo Humano del PNUD de las NNUU lo encabeza Noruega. Y están entre las economías más competitivas según el de Competitividad Global 2016-2017 publicado por el World Economic Forum de Davos, donde Suecia, Finlandia, Noruega, Dinamarca e Islandia ocupan los 6º, 10º, 11º, 12º y 27º lugares. Y entre los óptimos para hacer negocios según el último informe Doing Business 2016 del Banco Mundial en el que Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia e Islandia destacan en el 3º, 6º, 9º, 12º y 20º lugares. Y eran más bien favorables al non nato Acuerdo de Libre Comercio entre EEUU-UE (TTIP), tan controvertido en otros países europeos y finalmente enterrado por Donald Trump. Los países nórdicos disfrutan de unas elevadas rentas per cápita del mundo pero las diferencias salariales son equilibradas. Y son un ejemplo de la igualdad de género. Según Eurostat, el nivel de empleo de la mujer alcanza el 83,3% en Islandia y el 78,3% en Suecia, muy superior al promedio del 64,3% en la UE. Las energías renovables representan el 67% de la electricidad consumida, en la UE solo el 30%. El modelo nórdico busca una armonía entre nivel y calidad de vida, entre competitividad y protección de los derechos laborales y sociales, etc. Es un modelo económico inclusivo y verde difícil de alcanzar que deberá ser preservado en un contexto internacional complejo. Será posible defendiendo el “contrato social” sustentado en las relaciones de confianza y transparencia entre los ciudadanos y sus gobernantes. Y se mantendrá si ambas partes contratantes siguen primando el pragmatismo y la flexibilidad sobre la rigidez, y el consenso sobre una autoridad que pretende imponerse aludiendo simplemente al imperio de la Ley. En cambio, otros países europeos sufren una grave crisis política y de valores porque los gobiernos usan y abusan de las leyes y sus poderes exorbitantes que benefician principalmente a unas privilegiadas élites políticas y socioeconómicas. También ocurre en España. Y temen la participación ciudadana e incluso pretenden demonizar los referéndums con la excusa que muchos ciudadanos no saben lo que votan. Se quejan de los resultados de las votaciones sin analizar el qué y el porqué. Se limitan a culpar al populismo en vez de preguntarse si ellos gobiernan justa y equitativamente. Y se cierran inflexibles a mantener un opaco status quo, cada vez más alejado de las renovadas aspiraciones de la mayoría de la ciudadanía. Los nórdicos pagan unos elevados impuestos pero el Estado les aporta a cambio un alto nivel de seguridad, también social. Los parados son protegidos pero a condición de que se formen y busquen activa y seriamente un empleo. Las sociedades nórdicas exigen derechos pero también practican la corresponsabilidad y la solidaridad en el ejercicio de sus deberes. Esta cultura política y social es básica para llevar a cabo las reformas estructurales precisas para adaptarse a un mundo cambiante. Los nórdicos también afrontan problemas, también la llegada y la difícil integración de los refugiados extraeuropeos. En Suecia, algunas multinacionales (Volvo, Ericsson o Electrolux) sufren la competencia exterior e incluso pasan a manos extranjeras. Noruega vio mermar sus ingresos al caer bruscamente los precios del petróleo. En Finlandia, el único miembro de la zona euro, declinó su industria electrónica. En Dinamarca, las empresas navieras afrontan la crisis del transporte marítimo internacional. Islandia superó con éxito una grave crisis financiera y aborda los efectos de un excesivo boom turístico. Aunque hay un alto nivel de empleo, todos deberán seguir esforzándose para no perder competitividad. Y para salvar su avanzado modelo, los gobiernos y agentes sociales nórdicos seguirán sumando esfuerzos para ajustarlo a los nuevos retos. Un ejemplo a tener en cuenta