COLABORACIÓN
Como un sueño
T
odo pasa demasiado deprisa. Demasiado rápido. Talmente como si fuera un sueño las imágenes y las vivencias vividas ayer en Los Ángeles están envueltas en una niebla ligera que hace que me cuestione si estuve trabajando por segunda vez en los Oscar. Los gritos de los fans y el de los paparazzis que compiten por la mirada de la estrella, la multitud de flashes que se disparan en cada centésima de segundo crean una banda sonora y visual que empieza a las dos de la tarde y acaba a las cinco. Ruth Negga, la actriz de Loving, fue de las primeras a pisar la alfombra roja con un Valentino de estilo victoriano que nos dejó a todos sin aliento. Más adelante vendrían Isabelle Huppert, Viola Davis (quien más adelante se llevaría una merecidísima estatuilla) y Nicole Kidman, las tres vestidas por Armani Privé con tres creaciones que reflejaban a la perfección la personalidad de cada una de las actrices. Detrás de las cámaras, preparando lo que diríamos durante la retransmisión oficial de la red carpet, nos quedábamos con dos incógnitas: qué lucirían Emma Stone y Naomi Harris. La angustia no acabó hasta que vimos en el Instagram de Calvin Klein que Naomi llevaría un vestido hecho por el nuevo director creativo de la marca (el belga Raf Simons) y nos gustó (y mucho) que llevara dos zapatos diferentes. El juego de vestir para una gala como esta es a veces tan aburrido que se agradecen los toques de diversión. Finalmente, desde la distancia, pude ver que Emma Stone llevaba un vestido en movimiento. Nos costó recibir la confirmación final: era un Givenchy creado en exclusiva por Riccardo Tisci. Oro para recibir una estatuilla. Un traje de inspiración flapper para una actriz de un musical. A partir de las 8 el ruido de los fans, los impactos visuales de los flashes iban disminuyendo. La atención se trasladaba del exterior al interior de un teatro, el Dolby, que en un par de horas viviría un momento para el recuerdo y que, según me explican, se vivió con mucha tensión dentro del recinto. En el escenario, el equipo de La La Land iba a recoger el premio de la mejor película pero era un error: la estatuilla era para Moonlight, la increíble producción dirigida por Barry Jenkins y que me dejó muy tocado verla. En la era de la postverdad, no podía haber mejor final.