COLABORACIÓN
Japón, seis años después de Fukushima
Profesor de ESADE Law School
La catástrofe ocurrida el 11 de marzo de 2011 en la central nuclear en Fukushima demostró que Japón, país altamente avanzado tecnológicamente y la tercera economía mundial, también sufría unos problemas de gobernabilidad causados por los estrechos nexos existentes entre las instituciones políticas y económicas del país. Seis años después, persisten y difícilmente serán corregidos. La pésima gestión de la crisis nuclear de Fukushima acabó provocando la caída del Partido Demócrata Liberal (PDL), entonces en el poder, y facilitó el retorno triunfal del conservador Partido Liberal Democrático (PLD) liderado por Shinzo Abe, en diciembre de 2012.
Hoy, el primer ministro Shinzo Abe sigue gobernando cómodamente sin apenas oposición política y con unos altos niveles de aceptación popular. El PLD controla las dos cámaras del Parlamento nipón y cuenta con el apoyo de los grandes grupos económicos y mediáticos del país. Una situación distinta a la que afrontan las democracias occidentales, especialmente en EEUU y Europa. El contexto social y cultural es distinto. Japón es una sociedad conservadora con unos arraigados valores tradicionales sustentados en una civilización distinta a la occidental. El archipiélago no se abrió a la emigración extranjera. No está presionado por una crisis migratoria ni por una amenaza terrorista exterior. Los japoneses siguen apostando por la estabilidad política ofrecida por el PLD ante la falta de una real y creíble alternativa política. El descontento se canaliza en las redes sociales. Japón tampoco sufre los movimientos populistas y conservadores que sacuden Europa porque aquellos en Japón ya están en cierta medida situados en el poder. En 2012, Shinzo Abe triunfó con el mensaje “Japón vuelve”, no tan distinto del “América first” que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. Y el primer ministro nipón podría acentuar, si no logra resolver los problemas económicos y sociales del país, las políticas populistas y el revisionismo histórico.
El programa de reformas económicas “Abenomics” impulsado en 2012 se basaba en tres ejes: una política monetaria acomodaticia para situar la inflación en un 2%, corregir los déficits presupuestarios incrementando progresivamente el IVA y realizar las reformas estructurales necesarias para relanzar la economía. “Abenomics” dio sus frutos, pero solo parcialmente.
La economía podría haber crecido, según el Banco de Japón, un 1,4% en el año fiscal que terminó el 31 de marzo, y anunció que lo hará un 1,5% en el nuevo curso iniciado el 1 de abril. Un crecimiento modesto sustentado por un incremento de las exportaciones (un 2,6% en 2016) favorecido por un yen débil que, desde el pasado 8 de noviembre, cayó un 8,5% frente al dólar, y por un repunte de la demanda mundial, principalmente en EEUU y China. También por las mayores inversiones, como las destinadas a mejorar las infraestructuras de cara los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020. La economía logró a finales de 2016 su primer superávit comercial desde 2011, que también se debe a la caída de las importaciones. Pero persisten muchos interrogantes.
La demanda interna no acaba de arrancar. El índice de paro se sitúa en solo el 3,1% pero los salarios no suben lo suficiente para alentar al consumo. Los mayores beneficios logrados por los conglomerados empresariales favorecidos por los “Abenomics” no redundan en un alza salarial significativa. El mercado laboral se degrada a medida que priman los contratos precarios y menos pagados. Los salarios medios brutos subieron una media del 0,5% en 2016 pero el salario neto se devalúa por el incremento de los impuestos y de los costes de la seguridad social. El resultado: los japoneses se resisten a consumir más mientras crecen unas desigualdades sociales que afectan especialmente a las jóvenes generaciones.
Japón afronta un rápido envejecimiento de la población que frena el crecimiento económico y dispara los gastos públicos y privados destinados a la seguridad social. La deuda pública alcanzó el 246,5% del PIB, si bien está casi en manos japonesas y al abrigo de cualquier movimiento especulador exterior. Solo el 6,7% está en manos extranjeras. En cambio, Japón es primer acreedor y tenedor de bonos del tesoro de EEUU, tras superar a China, que últimamente vendió una parte de sus reservas de divisas en dólares para proteger el yuan.
Japón precisa abrir más su economía al exterior para hacerla más competitiva. Lo son los grandes conglomerados de los sectores del automóvil, electrónica y bienes de equipo, aunque ya se ven acosados por las grandes marcas chinas. Pero otros sectores siguen muy protegidos y dependientes de una demanda interna que sigue débil. Shinzo Abe apostó por sumarse al Tratado Transpacífico (TPP) impulsado por Barack Obama para contrarrestar la creciente penetración comercial china en Asia-Pacífico. Pero el TPP fue rechazado por Donald Trump.
Ahora es el presidente chino Xi Jinping quien se presenta como un defensor del Libre Comercio y aprovecha el repliegue de Trump para impulsar un vasto Acuerdo de Libre Comercio (RECP) e invita a sumarse a las principales economías asiáticas, incluyendo Japón, Corea del Sur y Australia. Una situación incómoda para Tokio, que mantiene contenciosos territoriales con Pekín. Shinzo Abe no las tiene todas con el imprevisible e impetuoso Trump. La semana pasada visitó Berlín, París y Bruselas para relanzar un posible Acuerdo de Libre Comercio entre Japón y la UE. Pero el complejo calendario electoral europeo en 2017 y 2018 demorará unas negociaciones que se presentan difíciles.