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De ilusión también se vive

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De ilusión también se vive (Miracle on 34th Street, en su versión original) es una película de 1947 ganadora de 3 Oscars. En ella la ilusión juega un papel importante para creer en la existencia de Santa Claus y en recibir los deseados regalos.

La palabra ilusión viene del latín illusio-ionis, “engaño”. No sé si te has preguntado alguna vez si es bueno o malo tener ilusión. Por un lado, construir un mundo de color rosa nos aleja de la cruda realidad, pero a su vez, la ilusión puede ser la gasolina necesaria para que nuestro motor avance a buen ritmo.

Nuestras organizaciones necesitan alimentarse de ilusión y además en ración doble. Una primera dosis de ilusión en el sentido de estado emocional, la actitud positiva que nos va a proyectar hacia la consecución de la otra cara de la moneda. Esa segunda dosis es precisamente tener ilusiones, en el sentido de objetivos y propósitos por los que luchar.

La esperanza, con o sin fundamento real, de lograr o de que suceda algo que se anhela o se persigue y cuya consecución parece especialmente atractiva, no parece a priori que sea peligroso. De hecho, mi apuesta es clara: hay que vivir con ilusión. Estoy de acuerdo con aquel que dijo: “Mi mayor ilusión es seguir teniendo ilusiones.”

La actitud, los estados emocionales son parte de nuestra propuesta de valor, de nuestras competencias y habilidades para afrontar las tareas diarias. La ilusión es un estado emocional que nos mantiene activos y alineados en la consecución de objetivos, que nos ayuda a minimizar los problemas y así afrontarlos con la energía suficiente para poderlos resolver. Estar ilusionado nos permite también tener ilusiones, generando las condiciones necesarias para alcanzarlas. El líder auténtico debe estar ilusionado y además debe ser capaz de ilusionar a sus equipos. El talento es necesario, pero sin ilusión no se puede llegar realmente lejos. La ilusión y el entusiasmo multiplican el talento. Hoy en día necesitamos esa chispa que nos active y es el líder el que ha de proporcionarla. Por otro lado, para transformar lo que pudiera parecer un mero espejismo, una fantasía o un simple sueño, en un objetivo coherente y alcanzable y que su realización sea lo suficientemente motivante, necesitamos al menos 3 cosas: voluntad, frescura y un entorno adecuado. En primer lugar, estar ilusionado y plantearse ilusiones reales solo depende de nosotros, de nuestra voluntad. El querer es poder cobra aquí sentido. En segundo lugar, la frescura es la capacidad de innovar, de ser creativos, de estar en constante movimiento y cambio, con una decidida orientación al crecimiento personal y profesional. Y por último, en nuestro lugar de trabajo, nuestros compañeros, nuestros trabajadores han de potenciar ese objetivo, han de creérselo, para que todos rememos en el mismo sentido. Sin el entorno adecuado, la ilusión se acaba apagando y las ilusiones pasan a ser simples castillos en el aire. La ilusión y las ilusiones hay que mantenerlas vivas. Debería ser uno de los valores que dirigiera nuestra andadura. Voltaire ya dejó escrito que “la ilusión es el primero de todos los placeres”. En nuestras empresas debería haber lugar para un cartel que rezara algo así como “Donde la ilusión genera ilusiones.”

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