CRÍTICADETEATRO
Bípedos y cuadrúpedos
Cualquier evento con un mínimo de repercusión atrae el interés institucional; o quizá es el político quien da bombo y platillo a su fondo de inversión. Las instituciones invierten bien sus dineros (o sea, los que no son suyos) cuando, con ello, consiguen juntar cabezas de ganado. El montaje de cualquier tinglado, por necio que fuere, siempre es rentable si congrega multitudes. Con la audiencia sucede como con la fama: es un valor absoluto que se valida en él mismo. La Fira de Teatre al Carrer de Tàrrega mantendrá su relevancia en tanto el cómputo de cabezas sea relevante; lo que cuenta es que esté a reventar de transeúntes, asimilados a espectadores. Durante tres días y tres noches, las instituciones se llenarán la boca con el teatro y se correrán de gusto al mentar su implicación en el evento.
Sin embargo, pasado el calentón y liberadas las secreciones, el teatro volverá a importarles lo de siempre, o sea, casi nada. Tampoco el espectador es ajeno al fenómeno del certamen de la capital del Urgell: temeroso de que el teatro sea indigesto fuera de temporada, buena parte del público se abstiene de practicarlo hasta la próxima Fira –a no ser que tenga niños; para ellos, paradoja insondable, considera que el teatro es benéfico y formativo.
En definitiva, la Fira de Teatre al Carrer de Tàrrega es el fenómeno en el que se evacua el interés institucional y ciudadano por la escena. El hacinamiento humano hace olvidar que la Fira se presenta como una lonja destinada al mercadeo de espectáculos, lo cual en el fondo es una tapadera de la otra pulsión inconfesable. Usarla de purgativo de la penosa situación que atraviesa el teatro sería una tremenda confusión para el público y un perverso equívoco para las instituciones.
Sería provechoso asumir que la Fira tiene muy poco que ver con la salud del teatro; con ello, evitaríamos la tentación de creer en espejismos.