COLABORACIÓN
Ya no va de independencia: va de decadencia
periodista
“Nunca pensé que el independentismo arruinaría la economía de mi país”, decía en Twitter alguien con apellidos muy catalanes. “Vamos para atrás”, lamenta en privado Júlia, una ingeniera de Iniciativa per Catalunya. Es la marea creciente del desengaño que los más fanáticos niegan. La economía ha sido la sorpresa que ha pinchado el globo de la primera gran mentira. “Tranquilos, que las empresas y los bancos no se irán”, aseguraba en reuniones y mítines Artur Mas. Ya van más de mil y la semana que entra pueden dispararse las fugas. La respuesta de los radicales instalados en Òmnium y la ANC llamando a sacar dinero de los bancos el viernes, afortunadamente no fue secundada. La ciudadanía –incluso la que defiende la independencia y en su derecho está– es más responsable que sus dirigentes.
Pero no solo deben contarse los que se van sino los que no vienen, léase turistas y capitales. Hay numerosas empresas con inversiones foráneas paralizadas por la incertidumbre y el riesgo. El consumo cae en Cataluña, algunos congresos se cancelan, las reservas hoteleras disminuyen, los cruceros dudan y las multinacionales convocadas por Oriol Junqueras a una reunión de contención no acudieron. El vicepresidente está muy tocado en su credibilidad. “Junqueras es un mentiroso compulsivo”, diagnostica Josep Borrell. Argumentaba sobre balanzas fiscales alemanas que no existen y se ha pasado tres años garantizando que la Cataluña independiente no saldría de Europa, cuando los portazos han sido sonoros. La presencia en Oviedo de las tres máximas autoridades comunitarias junto al Rey remachó la rotunda negativa a reconocer la independencia. Esa fue la segunda gran mentira. El discurso del presidente del Parlamento Antonio Tajani fue una batería de misiles antinacionalistas: “Prometen el paraíso y llevan al infierno”. No habrá independencia sin marginación. La economía lo avisa para decepción de quienes se habían creído lo de una secesión low cost. “Las empresas se van –dijo Junqueras en TV3– porque la Policía pega a los ciudadanos”. Ya no sabe qué decir. Los dirigentes del proceso –Mas, Puigdemont y Junqueras– están desacreditados y bastantes de los suyos lo admiten. Convencieron a casi dos millones de personas de que esto sería una fiesta, con solo alguna dificultad transitoria. Pero sin bancos catalanes y con fuga empresarial –en Quebec solo una tercera parte volvieron después del no a la secesión– crece el riesgo de decadencia de la pujante Cataluña que históricamente lideró en España la industria, la cultura y el bienestar. La potente marca Barcelona está afectada. Su alcaldesa, Ada Colau, reunió a patronales y sindicatos para tranquilizarlos pero horas después, al ser encarcelados “los Jordis”, suspendió por dos días la actividad del Ayuntamiento. Tendencia a autolesionarse.
Queda la política. Con los mismos datos disuasorios de la economía y de Europa, la situación sería mejor si la torpe gestión del Gobierno no hubiera reanimado las protestas: si los alcaldes no hubieran sido citados por la Fiscalía (bastaba con enviarles un oficio); si la Policía hubiera tenido más tacto el día del referéndum en vez de regalar imágenes que la prensa extranjera compró encantada; y si el encarcelamiento de “los Jordis” no hubiera coincidido con las cartas entre Puigdemont y Moncloa. “Hay riesgo de confrontación civil en Cataluña”, ha advertido el exministro Josep Piqué. Porque la tercera mentira es la de “un sol poble”. Hay una peligrosa fractura. Ese es el coste del proceso. Queda una semana para que el Senado valide las primeras medidas del artículo 155, que solo puede pararse allí. Quizás, con propuesta de un pacto de estado a última hora. Días muy críticos tras la manifestación del sábado en Barcelona. Desnortada la CUP, que propone llevar el Govern a Perpiñán. Crítico Aznar porque quería más. Aguantará el frente constitucional PP-PSOE-Ciudadanos si no se le va la mano a Rajoy. Elecciones catalanas tipo ruleta rusa. Máximo riesgo.