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La economía de Egipto mejora, pero sigue frágil

Profesor de ESADE Law School

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Abdel Fattah al-Sissi volverá a ganar ampliamente, sin oposición política, las elecciones presidenciales que se celebrarán los días 26 al 28 de marzo. Y seguirá gobernando férreamente el país durante un segundo mandato de cuatro años con un claro objetivo: lograr superar una compleja crisis económica y social en un entorno regional e interno políticamente inestable. El Ejército es la institución clave que controla la vida política y económica del país desde que un golpe de estado derrocó al presidente islamista Mohamed Mursi en julio de 2013. Tras los tres años de inestabilidad e inseguridad que siguieron a la revolución de 2011, el mariscal Al-Sissi fue elegido presidente en mayo de 2014 con el 97% de los votos con una participación del 47,5 por ciento. Desde entonces fue monopolizando los resortes del poder eliminando toda oposición política y con un control estricto de los medios de comunicación. Los Hermanos Musulmanes, muy divididos internamente, han sido literalmente borrados del panorama político y sus principales líderes encarcelados o exiliados. Y la vida cotidiana de los egipcios prosigue a lo largo del Nilo bajo la vigilante mirada del Ejército, la institución históricamente más potente y reconocida del país. Siete años después de la evaporada revolución del 25 de enero de 2011, el Régimen pretende reconducir la difícil situación economía y social de un país con casi 100 millones de habitantes que se concentran en solo el 6 por ciento del territorio. Al-Sissi, tras heredar un país en bancarrota en 2014, se comprometió a modernizar y diversificar una economía muy dependiente del turismo, la explotación del ampliado canal de Suez y las remesas de los emigrantes. Pero el largo y cruento conflicto de Oriente medio con la irrupción del Estado Islámico también golpeó Egipto. El atentado que derribó un avión civil ruso en octubre de 2015 perjudicó especialmente al sector turístico. Y muchos emigrantes en los países del Golfo tuvieron que retornar. Las reservas de divisas se han fundido desde los 36.000 millones de dólares antes de 2011 a solo 16.000 a mitad de 2016. El déficit público se disparó hasta el 13% del PIB con una quinta parte del presupuesto destinado a cubrir las subvenciones de la energía, el pan, el agua y otras necesidades básicas de la población. El gobierno tecnócrata de Al-Sissi contó con ayuda financiera de Arabia Saudita y sus aliados árabes del Golfo. Pero en julio de 2016 tuvo que acudir al FMI para pedir un préstamo de 12.000 millones de dólares condicionado a realizar determinadas reformas monetarias y estructurales como el recorte de las subvenciones, la introducción del IVA y la mejora de la función pública. La ayuda internacional llegó una vez, el 3 de noviembre de 2016, el Gobierno dejase flotar la libra egipcia frente al dólar y pudo volver a acudir a los mercados financieros cerrados desde 2011. La divisa se devaluó bruscamente y se disparó una inflación que alcanzó el 35% en julio de 2017 perjudicando la capacidad adquisitiva de la mayoría de la población pobre con salarios ínfimos, pero también a unas diezmadas clases medias, que afrontó una fuerte subida de los precios de los productos básicos. El cuadro macroeconómico ha mejorado desde entonces. Las reservas de divisas han vuelto a subir hasta los 42.500 millones de dólares, el déficit presupuestario se situó en un 8,5% del PIB y la inflación en un 14%. Y se espera que en 2018 se confirme una vuelta de las inversiones extranjeras que siguen exigiendo más apertura y seguridad jurídica. Y el turismo se recupera. Tras superar los 14 millones de visitantes en 2010, el sector se hundió. Pero arribaron 5,3 millones en 2016 y 8,3 millones en 2017. El PIB crecerá en torno al 5% en 2018. Pero la economía sigue siendo frágil a la espera de que se impulsen las reformas estructurales pendientes. La tasa oficial de paro es un 11,3% en un país con un 60% de la población menor de los 30 años. El PIB debería crecer un 7 por ciento para crear empleo para los 2 millones de jóvenes que cada año aspiran entrar en el mercado laboral. Y urge paliar las insuficientes infraestructuras sociales en educación, salud y vivienda. Pero el Estado sigue invirtiendo en megaproyectos como la construcción de una nueva capital administrativa a 50 kilómetros para descongestionar al superpoblado y contaminado El Cairo, una inversión apoyada por capitales árabes y chinos. También Rusia, a través de Rosatom, financiará la construcción en el noreste del país, de una central nuclear con cuatro reactores para uso civil. Y merece destacar la alianza estratégica con Israel en temas de seguridad pero también para asegurar las actuales necesidades egipcias de gas. Egipto empezó a explotar con la italiana Eni el yacimiento Zohr y colabora con la británica BP para explotar otros descubiertos frente a su costa mediterránea al oeste del delta del Nilo. El país espera ser energéticamente autosuficiente e incluso poder exportar su gas a una UE que necesita reducir su dependencia de Rusia. El FMI exige redimensionar un excesivo sector público que limita las potencialidades del sector privado. Pero el papel exorbitante del Ejército, cuyo presupuesto es secreto, condiciona el funcionamiento de la economía y distorsiona la libre competencia. Pero su rol es clave para hacer frente a las amenazas de los grupos radicales islámicos que han vuelto a perpetrar atentados terroristas en la península del Sinaí e intentan seguir desestabilizando Egipto.

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