LIDERAZGO
¿Espejo, espejito, quien soy yo en realidad?
Todo lo que te molesta de otros seres es sólo una proyección de lo que no has resuelto de ti mismo.
Para entenderlo debemos remontarnos a la denominada Teoría del Espejo atribuible al psicoanalista Jacques Lacan, en la que explica la formación del yo en la fase de desarrollo psicológico de un niño con una edad comprendida entre los seis y dieciocho meses. Éste cuando se mira al espejo se reconoce y se alegra de verse. A partir de aquí, la idea o teoría del espejo se define básicamente en que la realidad el otro no existe, es decir, las relaciones interpersonales son relaciones con uno mismo.
Entonces, ¿qué nos atrae o nos aleja de la personalidad de otra persona?, existen estudios e investigaciones científicas que concluyen que lo que nos atrae y hace que nos relacionemos y adaptemos mejor a determinadas personas son aquellas características que son iguales a las nuestras. Nos gustan las personas que son como nosotros. El exterior actúa como un espejo para nuestra mente. Lo que vemos en los demás es un reflejo de nosotros mismos. Tanto lo que nos agrada como lo que no. Cuando nuestra mente entiende que determinadas cualidades o comportamientos suponen una amenaza para nuestra integridad física y emocional, en lugar de reconocer el error en nosotros mismos, lo expulsa hacia fuera, atribuyéndoselas a un objeto o sujeto externo a nosotros mismos. Así, aparentemente, colocamos dichas amenazas fuera de nosotros. Cuando reprochamos algo en el otro, en realidad es que vemos en él aspectos que no nos gustan o reprimimos de nosotros mismos. De hecho, cuando nos enamoramos atribuimos a la otra persona ciertas características o cualidades que tan sólo existen en nosotros. Observemos las personas que nos atraen, con quienes nos sentimos cómodos, ¿qué nos gusta de ellas?, es su inteligencia, su generosidad, su paciencia, su belleza, su gracia, su poder, su sabiduría, y tomemos consciencia que esa cualidad, en un grado u otro, también está en nosotros, más o menos desarrollada, o a desarrollar, pero está en nosotros, de lo contrario, no podríamos verla, reconocerla en la otra persona. En realidad, cuando creemos conocer muy bien a otras personas lo que hacemos es proyectar sobre ellas nuestra propia realidad.
Por otro lado, observemos a aquellas personas a las que rechazamos y pensamos en que es lo que nos molesta de ellas: su agresividad, su impaciencia, su egoísmo, su cobardía, sea lo que sea, están presentes pero reprimidas en nosotros mismos. Para mostrarnos valientes, tenemos que haber reprimido nuestra parte cobarde, para ser generosos, habremos reprimido al mezquino, si somos muy virtuosos, también tenemos la capacidad para actuar con maldad, etc. Lo importante es darse cuenta de que aquello que proyectamos en los demás, es verdaderamente algo que habla (más de lo que queremos admitir) sobre nosotros mismos. Observar dice más sobre el observador que sobre lo que se observa. Darnos cuenta de esto, ponerle consciencia a este mecanismo mental nos permite tomar el control de las situaciones, diferenciar la realidad de la ficción, conocernos mejor e identificar nuestro lado oscuro. Si queremos conocernos realmente, mirémonos a través de las relaciones que mantenemos con nuestro entorno, y allí podremos ver lo que antes no veíamos en nosotros mismos.
“No vemos a los demás como son, sino como somos nosotros”, dijo Kant.