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Decisiones que marcan

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ras algunos años de investigación a más de 100 líderes de éxito, con un modelo diseñado en la universidad de Harvard constatamos la importancia de sus procesos de toma de decisiones. El modelo mide el liderazgo directivo en cuatro ámbitos: personal, interpersonal, toma de decisiones o cognitivo y ético. El nivel de liderazgo se obtiene calculando la media entre los 4, de manera que todos tienen el mismo peso, la misma importancia. Sin embargo, al profundizar en cada uno de ellos, comprendemos que en el cognitivo, el que guía el proceso para la toma de decisiones de cada líder, se encuentran ubicados los otros tres. Pues cuando tomamos decisiones, entran en juego nuestros valores (ámbito ético), nuestra identidad (ámbito personal) y nuestro conocimiento de los demás (ámbito interpersonal).

Tomar decisiones es una gran responsabilidad. Cuando eliges una opción, renuncias a otra. Y ello determina un curso de acción que puede conllevar acontecimientos sucesivos. Es decir, que una elección no está aislada, sino que comportará otras elecciones posteriores, que irán trazando una dirección. Tomamos decisiones todos los días y algunas son determinantes, pues son elecciones que marcan nuestro destino. Así que vamos a darles algunos consejos para que esas decisiones sean lo más certeras posible. Un primer consejo viene dictado por el sentido común: nunca tomar decisiones trascendentales cuando nos encontremos agotados, cansados o sin haber dormido bien. Mantenerse despierto más de 22 horas, por ejemplo, es equivalente a una tasa de alcohol de 0,08 mg en la sangre. Nunca debemos olvidar que nuestro estado físico afecta a nuestra capacidad intelectual. La claridad de la mente facilita las buenas decisiones. Al igual que los atletas, concentrados en los momentos decisivos de la competición, los directivos deben cultivar la claridad mental para mejorar su toma de decisiones. Lo ideal sería poder posponer cada decisión o meditarla unos días antes de adoptarla. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos lo que más nos falta es el tiempo. Decidir bien y decidir rápido no es posible si antes no hemos tomado cierta distancia, si no hemos imaginado cómo sería nuestro mundo tras una decisión diferente y hemos comparado una visión con otra. Para ello, es útil aprender a pensar sistemáticamente, ya que nos hace más imparciales. Ello significa que para cada decisión, sea personal o profesional, debemos ser objetivos, y además de guiarnos por la intuición, analizarla también de forma racional. Es decir, identificar el problema (cursar un máster), identificar los criterios de decisión (coste, proximidad, prestigio, aplicación práctica), sopesarlos (el coste es más importante para mí que la proximidad), buscar un proceso que genere alternativas (un portal de masters), evaluar cada alternativa (diferentes escuelas) y elegir la mejor opción (matricularse). Una de esas malas jugadas, y una de las más comunes, que nos pasa nuestro propio pensamiento y que, inevitablemente, afecta a nuestra capacidad de decisión, es el miedo al fracaso. Es uno de los peores miedos, pues nos paraliza. Hace que pensemos en el peor resultado y no actuemos. Es el que permite acomodarse, resignarse, adaptarse a una situación que no es satisfactoria. Nuestra mente presenta otra tendencia habitual: la de interpretar una situación actual con la ayuda de ejemplos parecidos que nos proporciona nuestra experiencia. De modo que, a la hora de decidir, conviene reflexionar sobre cómo nos condicionan nuestras decisiones anteriores, la educación que hemos recibido o la experiencia adquirida, y cuál sería nuestra decisión si estas influencias no existieran. Como dijo Albert Einstein: “La mente es como un paracaídas, sólo funciona si se abre.”

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