COLABORACIÓN
China, 40 años después
Profesor de ESADE Business&Law School
Deng Xiaoping inició en 1978 un extraordinario proceso de modernización y reformas “económicas” con miras a la plena integración de China en el sistema mundial. Cuatro décadas después, el Imperio del Medio se convirtió en la segunda superpotencia mundial capaz de discutir el liderazgo de EEUU. En 2000, Bill Clinton impulsó la entrada china en la OMC, efectiva en 2001, con un doble objetivo político y comercial: impulsar las reformas políticas en Pekín y favorecer el acceso de Occidente a un colosal mercado interno, que supera los 1.350 millones de potenciales consumidores. Ocurrió lo contrario. Hoy, el régimen político sigue férreamente controlado por el Partido Comunista chino (PCC), la economía sigue planificada por un poder centralizado, el sector exterior disfruta de un superávit comercial con Occidente y las empresas y productos chinos han penetrado en todos los mercados del mundo. Y la sociedad china, con unas clases medias con creciente poder adquisitivo, es predominantemente urbana, educada, moderna, dinámica y competitiva.
China resurgió como una gran potencia que, por su historia, su cultura, la dimensión humana y territorial, ambiciones y capacidades adquiridas, ha provocado un cambio geoestratégico y económico en el orden mundial. Una reemergencia que conlleva para Occidente grandes retos políticos y económicos.
China logró sacar de la pobreza a 800 millones de personas aunque se incrementaron las desigualdades territoriales y sociales y sufrió un fuerte impacto medioambiental que Pekín intenta ahora corregir. El modelo de crecimiento chino precisa más reformas estructurales para asegurar su viabilidad a medio y largo plazo. Y el déficit democrático es evidente. No hay elecciones ni prensa libre y la oposición política es reprimida o acallada. El régimen incluso revivió los principios del confucionismo, que pregonan el orden jerárquico y la armonía social para asentar un modelo híbrido que conjuga capitalismo con un socialismo con características chinas monopolizado por el PCCC en el poder desde 1949. Y Pekín sigue lanzando, entre otros países emergentes y en vías de desarrollo, el mensaje de que es posible un rápido desarrollo económico sin necesidad de una democratización política.
Pero Occidente, cada vez más dividido y sin liderazgo político, tampoco supo mantener una posición firme y coherente frente a China en relación a la cuestión del reconocimiento y la protección de determinadas Libertades Públicas, como las de expresión y asociación, recogidas en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y en los Pactos Internacionales de NNUU de 1976. Occidente peca al actuar con un doble rasero. Difícilmente puede juzgar los déficits democráticos de China mientras calla, a cambio de petróleo, ante los regímenes autoritarios de las Monarquías del Golfo. El resultado: en el mundo actual priman los valores financieros y económicos sobre los Derechos Humanos. Y se favorecen los intereses políticos y económicos de unos pocos mientras se deteriora la defensa de los derechos y libertades democráticas. Ocurre en EEUU y en algunos países de la UE, entre ellos España.
China, tras entrar en la OMC el 11 de diciembre de 2001, se convirtió en el gran motor de crecimiento mundial. Y de ser la gran fábrica del mundo pasó a ser un líder tecnológico que también exporta productos de alto valor añadido que compiten con las grandes marcas occidentales en un mercado global. 2008 fue un hito histórico para China, que organizó unos excepcionales Juegos olímpicos en Pekín y una exposición mundial en Shanghái, dos acontecimientos que demostraron las grandes ambiciones chinas en el tablero mundial. Un año en que se inició la crisis financiera de EEUU, que también golpeó duramente la economía de la UE y cuyos efectos aún se sienten hoy. Mientras tanto, el centro de gravedad económico mundial se trasladó desde el Atlántico hacia Asia-Pacífico, donde se concentra la mayor parte de la Humanidad.
El declive de Occidente también se explica por las inercias o las renuncias a defender nuestro sistema de valores democráticos. Y se perdió la confianza en el futuro a pesar de que EEUU y la UE aún cuentan con la mejor base industrial, tecnológica y de conocimiento y con las mejores universidades y centros de formación del mundo. Y en el caso de EEUU se suma el ser la principal superpotencia militar. Pero el sistema financiero falló cuando se puso al servicio de los intereses particulares en perjuicio de la mayoría de los ciudadanos, que aún pagamos la factura de la crisis.
La America First de Donald Trump ha deteriorado las relaciones entre ambos lados del Atlántico e intenta dividir y debilitar la cohesión interna de la UE. Un proceder que acelerará la basculación del poder mundial hacia la cuenca del Pacífico. Trump tiene en su punto de mira a la UE y a Alemania en particular. Pero también debilitó los nexos políticos con sus aliados tradicionales asiáticos como Japón y Corea del sur. Una posición aislacionista de EEUU que favorece la expansión financiera y comercial de China en el mundo.