LIDERATGE
Pedagogía del optimismo para el éxito
(*) Economista y doctoranda en educación. Consultora en liderazgo directivo y desarrollo de talento. Directora de Ingenio, Leadership school.
Háblale a un hombre de sí mismo y escuchará durante horas… (Benjamin Disraeli)
El carisma es la capacidad de ciertas personas de motivar y suscitar la admiración de sus seguidores gracias a una supuesta cualidad de “magnetismo personal”. Una persona que destaca, un líder natural que atrae y cautiva a aquellos que lo siguen o acompañan. Y no necesariamente porque tengan gran atractivo físico, sino que, en general, son personas que confían en sí mismas, creen en lo que hacen, persiguen sus sueños con tenacidad y contagian entusiasmo a su alrededor.
Quizá el tener carisma ayude a vender, negociar e incluso a seducir mejor. Muchas veces, las personas carismáticas tienen como un aura magnética que las hace más atractivas, viven más intensamente y las demás personas quieren estar a su lado porque en realidad anhelan ser así. Son personas optimistas, que evalúan opciones y escenarios y prefieren creer que alcanzarán resultados. Saben que pueden perder, pero no tienen miedo, confían en sí mismas, pues ya han pasado por peores situaciones. En este sentido, Gillham nos explica que la genética, la familia, las experiencias de vida, las críticas recibidas (sobre todo de padres y profesores), así como las experiencias de situaciones de control y dominio son los principales factores que construyen el optimismo.
Además, diferentes autores apuntan que entre el 25 y el 50 por ciento del optimismo y del pesimismo es heredado, está en nuestra genética. Lo cual no quiere decir que se aplique, pero sí que si surge la necesidad, lo haría.
Ser optimista no significa que se aplique en cualquier circunstancia, aunque sí sea una tendencia general en la conducta de esa persona, que es la que la protege de la adversidad y le permite seguir desarrollando actitudes positivas y saludables. Según Armor y Taylor, las creencias optimistas son limitadas (no se utilizan de manera irreflexiva), estratégicas (ayudan a las personas a encontrar sus objetivos y a usarlos selectivamente) y responsivas (están ajustadas a las características de la situación).
Además, numerosos estudios recogen resultados que relacionan el optimismo con el bienestar global de la persona. El optimismo contribuye, entre otras cosas, a implantar hábitos de salud, reducir los síntomas físicos y mejorar las estrategias de afrontamiento, a ser más indulgentes con nuestro pasado, apreciar mejor el presente y buscar oportunidades en el futuro. Favorecen también una toma de decisiones más completa y flexible. Todo ello contribuye a que nos sintamos más felices, a que mejoren nuestras relaciones con los demás y a que nos sintamos más capaces de superar dificultades.
Ser optimista no es sinónimo de vivir en un mundo de fantasía. Eso es ser soñador, no optimista. En ocasiones esta idea viene reforzada por la creencia de que el pensamiento pesimista es más realista. La respuesta es “no”. No es más real. Así lo demuestran científicos de la psicología como Schneider, Avia y Vázquez. Pero es que, además, ser pesimista es menos saludable.
La persona optimista tiene una visión ajustada de la realidad y es capaz de darse cuenta de las desventajas de una decisión, hostilidad del contexto o gravedad de un problema. Pero tiene una mentalidad práctica y estratégica. Analiza opciones y, al final, siempre tiene dos: resignarse o luchar. ¿Usted cuál elige?