COLABORACIÓN
Escalarre como síntoma
PRESIDENTE DE ES MONTAÑAS
Hace 20 años, les Valls d’Àneu acogieron un macrofestival musical, el denominado Doctor Music Festival. El evento tuvo una extraordinaria repercusión de público y de ecos mediáticos. 20 años después, la promotora musical ha querido conmemorar la efeméride con un nuevo evento en este rincón del Pirineo, un valle en el que la despoblación se ha apoderado de sus pequeños pueblos, que sobreviven con gran dificultad y que son candidatos, junto con otros 4.000 municipios españoles, a extinguirse.
Aquello que hace 20 años fue posible, hoy, una maraña de normativas ambientales, urbanísticas y de otros diversos ascendentes lo hacen imposible. Y como decía Daniel Innerarity, en su libro Comprender la Democracia, en la medida que esta se hace más compleja, los ciudadanos tienden a desconectar de ella y, añadiría yo, a confrontarse con ella. Y si bien su conclusión, la de Innerarity, pasa por la formación, también deberíamos abordar el cómo reducimos ese exceso de culto a la norma, convertido en panacea de la política, olvidando que la gestión del conflicto es precisamente la garantía de éxito de la pequeña política, la que de verdad importa a los ciudadanos. Así las cosas, hoy, el conflicto de Escalarre se suma, en el Pallars, a la imposibilidad de la instalación de un telesilla, o a impedimentos interminables para realizar pruebas internacionales de deportes de aguas bravas. Podríamos seguir el capítulo de las prohibiciones con la situación de las ganaderías extensivas y sus limitaciones por la fauna salvaje, y las no menos importantes condicionantes para el desarrollo de las actividades económicas, a partir de la leyes de impacto ambiental. El resultado de este proceso, que ha durado algunas décadas, ha sido el “o lo tomas o te vas”, que es el que ha llevado a esta zona a una densidad de 5 habitantes por km
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. Es decir, una densidad menor que la de Laponia, que tiene 8 habitantes por km
, aunque ese símil esté asociado a la literatura de Paco Cerdà en Los últimos. Voces de Laponia del sur. Evidentemente, no todo el problema de la despoblación y de la residualidad de la montaña está vinculado a los marcos normativos, pero estos marcos sin adaptación territorial son la puntilla de un territorio agonizante. Imaginemos un banco donde únicamente se pueda sacar dinero. El resultado es la bancarrota. Pasa lo mismo en estos territorios: la única política ha sido la restricción bajo una falsa perspectiva ecológica, que valora el territorio con una visión urbana, falseando y negando los conocimientos de valles habitados desde hace más de mil años y donde sabemos, por ejemplo, que en el mes de julio no hay avenidas de agua, por lo que, cuestionar la acampada cerca del río en este momento del año es un exceso o una nueva imposición de la dictadura normativista que rige nuestras vidas. Pero sigamos con el ejemplo del banco en el que solo se puede sacar dinero y en el que las imposiciones, créditos y demás operaciones bancarias están prohibidas o imposibilitadas por trámites burocráticos interminables. El banco quiebra. Pues hoy, asistimos a una quiebra territorial, no solo de las Valls d’Àneu, sino del 54% del territorio del Estado español, que está por debajo de los 12 habitantes por km
y que el domingo 31 se manifiesta en Madrid para hacer oír su hartazgo y su derecho a vivir en la ruralidad de sus pueblos y sus montañas.
Las montañas deben ser reservorios de biodiversidad, de producción de energías verdes, de bosques gestionados para cumplir su función de pulmones planetarios, de producción de alimentos de calidad, de lugares donde combatir el estrés de las ciudades.
Pero las montañas no son museos, ni santuarios, ni parques temáticos. Las montañas son y han sido lugares habitados, donde los equilibrios han garantizado la pervivencia de muchas especies gracias a la interacción de sus pobladores con su entorno. Hoy, esos equilibrios se han roto desde las ciudades, sin entender que ahora, más que nunca, la sostenibilidad de las megalópolis dependerá de un mundo rural vivo, aunque, mucho me temo que llevamos demasiados años de paternalismo pseudoecológico, mirando hacia nosotros como si fuéramos una maqueta o una foto de satélite. Nuestra última oportunidad es la revuelta, el empoderamiento, el dar un puñetazo sobre la mesa de Madrid, de Barcelona o de Bruselas…, de explicar que sus corsés territoriales hechos a base de normas ineficaces y absurdas condenan, junto con el mundo rural, el futuro del planeta. Porque sin los hombres y las mujeres que gestionan todos estos vastos espacios, las ciudades deberán afrontar un reto para el que ni pueden ni están preparadas para gestionarlo.
Es urgente una política para la montaña y una política para la ruralidad, una política que vaya acompañada del sentido común y de la innovación para saber aprovechar de la mejor manera el conocimiento de tantos siglos de experiencia en el manejo de los territorios junto con lo mejor de los procesos tecnológicos que caracterizan a nuestro siglo. Y mucho me temo que nuestro futuro pasa por emanciparnos de esa dictadura de lo absurdo y recuperar el sentido común para que nuestras montañas conserven sus pueblos y nuestros pueblos sus niños y con ellos nuestro futuro.