COLABORACIÓN
El dilema de la UE en los Balcanes
Profesor de ESADE Business&Law School
Se han cumplido quince años desde la última gran ampliación de la UE en 2004. Aquel año entraron diez estados (los tres países bálticos, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Polonia, Chipre y Malta) en un contexto histórico de optimismo y desarrollo económico que intentaba superar las profundas divisiones políticas y económicas provocadas por la Guerra Fría, finiquitada con la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989. Más tarde, ingresaron Rumanía y Bulgaria (2007) y Croacia (2013). Pero su entrada tuvo lugar cuando la UE afrontaba los efectos de la crisis financiera iniciada en 2008, aún no plenamente superada. El presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker aseguró al asumir el cargo en 2014
que durante su mandato que acaba de cerrarse no habría más entradas en una UE. Y así ha sido.
Hoy, seis Estados de los Balcanes occidentales (Montenegro, Serbia, Albania, Macedonia del Norte, Bosnia-Herzegovina y Kosovo) siguen llamando a las puertas de Bruselas. Montenegro y Serbia ya son candidatos oficiales e iniciaron las negociaciones en 2012 y 2014. Albania y Macedonia del norte confían iniciarlas en 2020. En cambio, los otros dos aspirantes quedarán a la espera sine die: Bosnia-Herzegovina es un país muy complejo e inestable y Kosovo aún no ha sido reconocido por cinco Estados miembros de la UE, entre ellos España.
Una nueva ampliación se presenta difícil a corto o medio plazo. La Comisión Europea publicó, a las vísperas de la Cumbre europea del pasado junio, un informe favorable a abrir las negociaciones con Tirana y Skopje tras los avances realizados en la lucha contra la corrupción y en favor de un marco más respetuoso con los principios de un Estado de Derecho y de una economía de mercado. Pero el Consejo Europeo lo aplazó hasta octubre. Albania y Macedonia del norte cuentan con el apoyo de unos 14 estados miembros, entre ellos Italia, Austria, Hungría, Polonia y Rumanía. Y Alemania se muestra en principio favorable pero el Bundestag si bien no se pronunciará hasta septiembre. Pero Emmanuel Macron no quiere ampliaciones sin unas previas y profundas reformas internas de las instituciones comunitarias. El eje francoalemán no va al unísono. Y Holanda se opone a las pretensiones de Albania. En todo caso, no hay pleno consenso entre los 28 miembros.
Bruselas sigue incidiendo en tres cuestiones prioritarias: a) los candidatos deben acelerar las reformas políticas necesarias para que exista “un Estado de Derecho” con una verdadera división de poderes, sobre todo con un poder judicial independiente que luche eficazmente contra la corrupción pública y el crimen organizado; b) también más reformas estructurales para avanzar hacia “una economía de mercado”, aún muy supeditada a los estrechos nexos entre los poderes políticos y unas oligarquías que limitan las potencialidades de desarrollo del sector privado y c) se insiste en la solución previa de los conflictos políticos y territoriales entre algunos países vecinos de la región.
La UE está ante un difícil dilema. Las tensiones entre Bruselas y algunos estados miembros no aconsejan ampliar la UE. Pero si se les cierra las puertas, debido a la lentitud en adoptar las reformas exigidas, los Balcanes podrían acabar girando hacia Oriente y caer bajo la influencia de Rusia, Turquía y China. El euroescepticismo y la decepción crece entre la población menos favorecida y reacia a las reformas estructurales. La entrada en la UE favorece la modernización y el crecimiento económico. Pero también provocó una crisis demográfica con una fuga de talento joven en busca de mejores oportunidades con salarios más altos. El resultado: los 15 primeros países miembros de la UE han visto crecer un 12% su población entre 1990 y 2017, los trece de centro y sureste europeo que se adhirieron a partir de 2004 han perdido un 7%, pasando de 111 a 103 millones de habitantes. Y el descontento da alas a los populistas.
La UE no acaba de reaccionar ante un mundo cambiante. 30 años después de la caída del muro de Berlín, persiste una brecha entre dos partes de Europa: el norte y oeste con asentadas instituciones políticas y económicas y el centro y sureste que sigue “en transición”. Quince años después de la ampliación de 2004, Hungría, Polonia y otros países sufren una deriva populista y nacionalista que se resiste a todo proceso de integración comunitaria. Y en Rumanía y Bulgaria las huellas de la etapa soviética no han sido del todo borradas y muchos ciudadanos son influenciados por los cantos de sirena que llegan desde el Kremlin. El gran problema: los movimientos populistas no solo surgen en Europa central y oriental. También en Europa occidental hay presiones liberales. El Brexit es otro mal síntoma. Y solo faltaba un Donald Trump intentando desestabilizar la cohesión interna de la Unión Europea.