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Una crisis inoportuna entre Tokio y Seúl

Profesor de ESADE Business&Law School

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Las relaciones entre Japón y Corea del Sur volvieron a enrarecerse en los últimos meses. Existe un problema histórico de fondo no resuelto que viene de lejos: no han cicatrizado del todo las profundas y dolorosas heridas sufridas por el pueblo coreano durante la larga y humillante ocupación colonial japonesa de la península coreana (1910-1945). Persisten los resentimientos y una desconfianza mutua entre dos tradicionales aliados de EEUU en la región, que periódicamente provocan conflictos y tensiones, políticos y comerciales, siempre inoportunos y contraproducentes y mucho más en el actual contexto de desaceleración económica mundial.

Las disputas resurgieron cuando el Tribunal Supremo de Seúl sentenció en 2018 que varios conglomerados empresariales japoneses tenían que pagar altas compensaciones a las familias descendientes de ciudadanos coreanos forzados a trabajar durante la Segunda Guerra Mundial. Tokio siempre sostuvo que este litigio fue plena y definitivamente resuelto tras las compensaciones económicas acordadas en el Tratado bilateral de restablecimiento de relaciones diplomáticas en 1965. Pero Seúl argumenta que aquel tratado firmado durante la etapa de dictadura militar no cubrió las reclamaciones individuales. Tampoco el Acuerdo firmado en 2015 entre Shinzo Abe y la presidenta Park Geun-hye (2013-2017) cerró el espinoso problema de las esclavas sexuales o mujeres de confort, creando unos fondos de compensación para las víctimas. Pero el sentimiento antijaponés en muchos coreanos sigue vivo porque entienden que las excusas no han sido del todo sinceras. Lo que es inexacto. El emperador nipón en persona expresó sus remordimientos en nombre del pueblo japonés. Pero la actitud provocativa de algunas personalidades políticas de la derecha japonesa, que niega o relativiza las atrocidades cometidas, realimenta un conflicto de carácter más emocional que económico. Pero tiene sus connotaciones tanto en política interior como exterior. El presidente Moon Jae-in vio remontar su popularidad en los sondeos tras los reveses sufridos por su política con Corea del Norte. Y, por su lado, el primer ministro, Shinzo Abe, no puede descuidar los votos de la derecha que sostienen su Gobierno. En agosto, Seúl decidió no renovar el acuerdo sobre intercambio de inteligencia sobre Corea del Norte.

Todo se complicó tras la antes citada sentencia del Tribunal Supremo de Corea de 2018 que dio luz verde a las reclamaciones individuales. Japón reaccionó el 4 de julio restringiendo las exportaciones niponas a Corea del Sur de determinados materiales y productos químicos esenciales para la fabricación de chips inteligentes, semiconductores y smartphones. Un golpe bajo a los gigantes exportadores de la electrónica como Samsung, LG y Hynix. Corea del Sur presentó una reclamación contra Japón ante la Organización Mundial de Comercio. Y también restringió algunas exportaciones de productos estratégicos a Japón. Pero fueron los consumidores surcoreanos los que impulsaron un boicot a los coches y otros productos de marcas niponas. Las ventas de Honda y Toyota bajaron en julio un 33,5% y un 32% respecto al mismo mes del año anterior. También el turismo coreano al archipiélago, el segundo en importancia tras el chino, cayó drásticamente a la mitad. Y se resintió el comercio bilateral entre dos economías con estrechos nexos económicos. Japón es el quinto mercado exportador de Corea del Sur y esta es el tercer socio comercial de Japón. Las exportaciones niponas a su vecino han retrocedido un 9% interanual.

Estas disputas llegan en un momento inoportuno para Japón y Corea del Sur, dos países muy beneficiados por la globalización que se convirtieron en el cuarto y quinto exportadores mundiales tras la UE, China y EEUU. Y son contraproducentes porque coinciden con un complejo período de desaceleración de la economía mundial provocado por la política proteccionista impulsada por Donald Trump. Las relaciones de Tokio y Seúl con Washington no son fluidas como antaño. Un presidente obsesionado por corregir el déficit comercial estadounidense trata a los dos países asiáticos como competidores. Recién sentado en la Casa Blanca en enero de 2017 denunció el Acuerdo Transpacífico firmado por Barack Obama porque prioriza los acuerdos bilaterales sobre los multilaterales.

La crisis, si se alarga en el tiempo, podría afectar a unas cadenas de producción globales que están en un proceso de reconfiguración debido a la guerra comercial y monetaria abierta entre EEUU y China. Las subidas arancelarias aplicadas por Trump provocan la deslocalización de algunas empresas que producen en China para repatriarlas a sus países de origen. Otros deciden resituarla en otros países del sudeste asiático. Ricoh, que materializa el 28% de sus ventas a EEUU, desplazó en julio la producción de fotocopiadoras desde el Imperio del Medio hacia Tailandia. Y Nintendo hizo lo mismo con las consolas Switch.

Sin embargo, China tratará de aprovechar el rifirrafe entre Tokio y Seúl y la pasividad de EEUU para expandir su influencia en Asia-Pacífico mientras prosigue “la fragmentación económica” del mundo. El próximo capítulo tendrá lugar en Europa con un posible Brexit sin o con un mal acuerdo.

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