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De los muchos significados que tiene el verbo agitar, tales como mover una cosa repetidamente hacia un lado y otro con fuerza y rapidez, o alterar a una persona generándole nerviosismo o excitación, me ha parecido interesante profundizar en el relativo a “provocar inquietud”. Aunque solemos asociar la inquietud con estados como la ansiedad o la preocupación, lo cierto es que inquietud también es la falta de quietud, de pasividad.

Estar inquieto supone la inclinación del ánimo hacia algo, lo cual es reflejo de curiosidad y de un cierto interés intelectual que nos aleja de la pasividad o el inmovilismo. En definitiva, la acción de agitar provoca inquietud, generándose movimiento, pero a la inversa la inquietud va a hacer que las cosas se agiten, se muevan. Y a priori esto puede ser positivo.

Luchar contra la desidia y la desmotivación es una de las claves para poder alcanzar las metas propuestas. No es difícil observar a personas que no muestran interés y que se conforman con cumplir con sus obligaciones diarias, sin más aspiraciones. La rutina es su compañera de viaje. ¿Os suena?

Para evitar estas situaciones de “calma” y desconexión, que pueden resultar tan perjudiciales en el funcionamiento de cualquier organización, es recomendable que haya una persona que se encargue de despertar inquietudes en cada uno de los trabajadores. Si seguimos con la línea de nuestra argumentación podríamos calificarlo como “el agitador”. Este provocador de inquietudes puede coincidir con la figura del líder. Un líder ha de ser inconformista y debe transmitir este estado/orientación a los miembros de su equipo. Los grandes líderes retan/agitan constantemente a sus equipos para sacar lo mejor de ellos. Hacen que las cosas pasen o, mejor dicho, provocan que las cosas pasen. Son verdaderos catalizadores y dinamizadores del cambio y la transformación. Integran y hacen partícipes a sus compañeros de los objetivos comunes y les motivan para ser parte activa del cumplimiento de retos.

El líder es a la organización empresarial lo que el disyóquey a su audiencia. Ambos tienen una misión clara: activar y hacer bailar y disfrutar a las personas. Además, el líder también selecciona, mezcla y pincha…talento.

Pero, poner en movimiento a las personas ha de realizarse de forma controlada, con un fin previamente establecido y con una duración determinada. Las pausas y momentos de reflexión también son necesarios. El exceso de inquietud y agitación pueden ser negativos y convertirse en incontrolables.

Como sabemos, James Bond, el famoso agente 007, pedía su bebida preferida, el Dry Martini agitado y no revuelto. Valga esta referencia al cine de ficción para establecer la diferencia entre “agitar” y “revolucionar”. El líder debe conocer bien donde está la línea roja que separa ambas situaciones y debe estar atento a las señales de alarma que anuncian que su equipo se le está escapando de las manos.

Agitar debe provocar a la persona un cierto grado de excitación, de cosquilleo, que refleje que efectivamente existe reacción. Si después de agitar, no hay reacción, tenemos un problema que deberemos solucionar. Además de la activación y motivación del trabajador, no tengo ninguna duda que ser agitado va a potenciar su creatividad y le va a ayudar a diferenciarse. La diferenciación es clave en una sociedad tan competitiva. Agitar saca los talentos más ocultos y aletargados y nos pone en valor.

Estoy totalmente de acuerdo con el pensamiento de Engelbert González, conferencista internacional en temas de liderazgo y desarrollo personal, cuando afirma que el desarrollo personal comienza con la inquietud por ser diferente.

El líder ha de conseguir que las personas de su equipo sean diferentes y para ello deberá “agitarlas” de forma adecuada y controlada. ¿Nos agitamos?

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