COLABORACIÓN
Leales, pero no sumisos
Presidenta PP Lleida i regidora a la Paeria
“Es hora de arrimar el hombro. La pandemia la ganamos unidos. La Covid-19 no distingue de colores políticos.” Frases que hemos escuchado hasta la saciedad desde que se decretó el estado de alarma el pasado 14 de marzo y que se ha ido prorrogando cuatro veces con la conducta casi modélica de los ciudadanos y el apoyo del principal partido de la oposición. Cuestión de responsabilidad ante una sociedad que ha sufrido el deceso de más de 27.000 conciudadanos, familias rotas por el dolor que no han podido despedirse de sus seres queridos y una crisis económica que puede desembocar en una grave crisis social. Quizá no sea casualidad que hayamos colgado el abrigo en el perchero y volvamos a pisar la calle en mangas de camisa rozando los 30 grados. Tal vez detrás de esta burda realidad se esconda un claro mensaje: tras el confinamiento nos hemos despojado de lo superfluo y convertido lo indispensable en banal.
Llegados a este punto, ya va siendo hora de poner blanco sobre negro y evidenciar que la gestión llevada a cabo por el Gobierno ha sido nefasta. Al margen de los inevitables bulos que han circulado por la red acompañados por una inmediata rectificación, nadie duda de la tardía reacción del Gobierno, después de conocer que la vicepresidenta Carmen Calvo fue nombrada máxima responsable del Comité de Coordinación Interministerial frente al coronavirus el 4 de febrero. Un mes más tarde, cuando el virus ya campaba a sus anchas, a sabiendas de los máximos responsables de este país, acababan de ultimarse los preparativos de un 8-M que pasará a la historia por convertirse en un foco de infección mortal. Además de “solas y borrachas”, las manifestantes regresaron a sus casas con algo más, y si no que se lo pregunten a la ministra de Igualdad, Irene Montero. Aquel fin de semana, solamente en Madrid se celebraron más de 70 acontecimientos multitudinarios básicamente porque Pedro Sánchez creyó que su ficción superaría la realidad. A partir de ahí, los datos “oficiales”, sobradamente conocidos, de la pandemia evidencian el pésimo manejo de un fenómeno que precisaba de todo menos de altivez. Las cifras son paupérrimas en todos los sentidos pero me quedo con una, la de los 48.000 profesionales de la sanidad contagiados –supone más del 21% de la población– y los 76 fallecidos, todo ello consecuencia de la falta de equipos de protección. De hecho, a día de hoy más de 3.300 familias y seis asociaciones ya han presentado sus querellas contra el Gobierno por prevaricación, homicidio imprudente y omisión del deber de socorro.
La manipulación, la falta de transparencia y la inacción o mala praxis en esta crisis sanitaria han dejado al descubierto en manos de quienes estamos. Se lleva la palma la inexistencia del famoso ranking mundial de test de coronavirus del que alardeaba Sánchez, tras pillarlo la CNN. Vergüenza ajena contar con un presidente que nos ha vendido una pandemia de aplausos y arcoíris, utilizando sus medios afines y con el propósito de prorrogar el estado de alarma sine die.Desde mediados de marzo Moncloa y su entramado se han convertido en un portal propagandístico y en una fábrica de anticuerpos contra las libertades. La mayoría de países que están luchando contra la Covid-19 lo han hecho sin aplicar el estado de alarma o levantándolo a las pocas semanas. De hecho, la UE pide sustituirlo por leyes ordinarias, y su Convenio de Derechos Humanos y el Reglamento de la OMS validan la limitación de movilidad sin excepción legal. El Partido Popular ya ha dado un ultimátum al Gobierno ofreciendo un plan B que pasa por arrinconar un estado que les permite campar a sus anchas dotándoles de poderes excepcionales y aplicar hasta seis leyes vigentes que facultan mantener el mando único y limitar la movilidad. La lealtad del Partido Popular, después de dos meses apoyando los planes de Moncloa, continúa siendo con los españoles ante los engaños e ineficacia de Pedro Sánchez.