COLABORACIÓN
Crónica de un esperpento continuo
Portavoz de CS en la Paeria
Lunes 22 de junio. El Gobierno de Aragón hace retroceder a la fase 2 las comarcas de la Litera, Cinca Medio y Bajo Cinca por los rebrotes que están teniendo. Dos días después incluye la comarca del Bajo Aragón-Caspe. Unas comarcas limítrofes a la nuestra, el Segrià, y con las mismas características e intercambio de población. En Lleida se planea una noche de San Juan “en la que deben extremarse las precauciones y evitar aglomeraciones”. El tripartito de la Paeria quiere abrir las piscinas porque hace mucho calor.
Viernes 3 de julio. Rueda de prensa de la Consellera de Salut en Catalunya junto a nuestro alcalde, inaugurando un hinchable que tiene que hacer las veces de sala de espera en el Hospital Arnau de Vilanova. Un mensaje: “No hay que alarmarse. Lleven mascarillas y lávense las manos.” Las piscinas se abrirán el 15 de julio, como estaba previsto.
Sábado 4 de julio. Rueda de prensa del President de la Generalitat anunciando el cierre del Segrià. Del mensaje se deduce que la gente debe volver antes de las 16.00 a sus casas, y que ha dado instrucciones al Conseller de Interior para que los Mossos d’Esquadra y la Guàrdia Urbana multen a quienes no respeten las normas que “protegen a todos”. No se toman medidas sanitarias adicionales. Simplemente se cierra la comarca para que nadie pueda entrar ni salir. Genera tanta alarma que la Síndica de Greuges de Lleida denuncia la “falta de proporcionalidad” del confinamiento de la comarca, que cree una “vulneración indiscriminada del derecho de libertad de circulación, insuficientemente justificada”. El tripartito del ayuntamiento toma una medida trascendental (nótese la ironía, por favor): no abrirá las piscinas ni los centros cívicos. En Aragón, mientras tanto, disminuyen sustancialmente los contagios.
La semana que sigue transcurre con una calma tensa: colas enormes para entrar en la ciudad. Los caminos agrícolas y secundarios se convierten en auténticas autopistas para sortear los controles y los atascos. No hay accidentes de milagro. Porras para ver cuándo se confina la población. Los negocios sufren pérdidas notables. Decenas de ellos bajan las persianas directamente. Algunos, demasiados, no las volverán a subir: no han podido aguantar tantos reveses económicos. Se solicitan decenas de médicos para atender una situación de emergencia. Se solicitan, pero no se cubren las vacantes. Los contagios en Lleida se multiplican. El miedo y la incertidumbre campan por doquier.
Viernes 10 de julio. Toda la comarca espera, pero no ocurre nada. Tampoco ocurre nada el sábado. Domingo. Esta vez sí: con toda la pompa (2 consellers, presidente de la Diputación y consell comarcal y alcalde) nos cierran en casa. Con un margen de seis horas. Quieren cerrar negocios y actividades sociales y deportivas. Se impone el teletrabajo aunque no se esté preparado para ello. No hay plan de ayudas ni a familias ni a empresas que cierran. No hay más medidas sanitarias que las impuestas a cada uno de nosotros. No hay protesta alguna de nuestro alcalde, quien acepta sin rechistar la situación. No hay protesta del alcalde, pero sí de los vecinos, que están (estamos) hartos de que se les tome por el pito del sereno. Se produce una manifestación espontánea. También hay protestas del grupo municipal de Ciudadanos, que exige ver el auto del juez que permite ese confinamiento. No hay auto. No hay competencias. A altas horas de la noche el juez de Instrucción número 1 paraliza el confinamiento de Lleida al considerar que las medidas son desproporcionadas y recuerda que esta es “una competencia estatal y se ejerce, además, con la garantía de la intervención del Congreso”.
Lunes 13 de julio. El presidente de la Generalitat anima a contradecir la decisión del juzgado. Anuncia un decreto para dar “seguridad jurídica”. La gente no sabe si tiene que ir a trabajar. La confusión es total. No hay dimisiones, ni en el ayuntamiento, ni en Diputación, ni en Generalitat. Mientras, los contagios se multiplican, tanto en el Segrià como en el resto de Cataluña. En Aragón, en cambio, la situación parece controlada.