COLABORACIÓN
Tweets que matan
Sí, ya sé que estamos en agosto, que hace mucho calor y que hay que cuidarse de las altas temperaturas sin abusar del aire acondicionado, salvo que queramos que nos llegue una factura millonaria por el escandaloso precio de la luz.
Pero hoy quiero poner el punto en otra cuestión: este fin de semana los talibanes han tomado Kabul, la capital de Afganistán. Mientras, el presidente ha huido del país, todas las embajadas están repatriando a su personal para garantizar su seguridad.
En el camino se queda más de un millón de refugiados y desplazados, el 70% del cual son mujeres y niños.
Se trata de un desastre político y humanitario sin paliativos contra el que, desafortunadamente, no podemos hacer nada. ¿O sí?
Desde que España interviniera en el conflicto de Afganistán en 2001, hemos desplegado más de 16.000 efectivos militares y policiales (Guardia Civil y Policía Nacional) en el terreno que han ayudado, además de mantener la seguridad de la población, a formar el personal de seguridad y defensa, a garantizar elecciones reconocidas internacionalmente, a construir carreteras, puentes y otros edificios gubernamentales y civiles y un largo etcétera del que, con toda probabilidad, solamente conocerán quienes han estado allí.
Esta misión ha costado la vida de 100 personas, incluidas las víctimas del accidente del YAK-42. Una muestra de lo que cuesta reconstruir un país en guerra.
Sin embargo, desde que nuestro país dejara las operaciones en 2014, tanto el ISIS como los propios talibanes han ido recuperando paulatinamente el control hasta llegar al punto en que nos encontramos.
Terrible, ¿pero qué podemos hacer?.
Para empezar, reconocer el tremendo trabajo que hicieron nuestros militares, policías y resto de personal que se desplegó en las provincias de Herat y Badghis, porque fueron un faro de seguridad y civilización para la población –en especial las mujeres– frente a la barbarie talibana.
Y ese reconocimiento debe trasladarse a nuestro día a día también. Como en la Feria de Formación, donde nuestro gobierno en la Paeria se empeña en torpedear la presencia de las Fuerzas Armadas como una opción profesional para nuestros jóvenes.
“Las armas matan”, han defendido desde ERC, Junts, el Comú y la CUP.
Y sus cachorros (y no tan cachorros) de Arran y JERC han practicado escraches contra el escaparate del Ministerio de Defensa año tras año, mostrando cuán democráticos son con aquellos que se convierten en el blanco de sus iras (ayer era el ejército, hoy son los empresarios agrarios, mañana...). Pero no solamente se trata de normalizar la imagen de nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad.
Debemos guardarnos de aquellos que pretenden resolver los problemas del mundo con mensajes que caben en un tweet o una pintada en la pared.
Porque los mismos que van diciendo que las armas matan, que la policía reprime y que el ejército asesina, son los mismos que nos quieren dar lecciones de feminismo día sí, día también. No descarto que nos quieran presentar una moción en favor de las refugiadas, donde puedan ponerse estupendos denunciando la situación de esta pobre gente.
Pero la realidad es que somos todos nosotros, como sociedad, quienes hemos fallado a los afganos al creer en mensajes tan simples como que las armas matan y que el ejército asesina.
Mensajes que caben en un tweet o en una pintada, pero que han hecho que dejemos a los afganos a merced del salvajismo talibán.
Cuídense del calor. Y de según qué tweets.