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La evolución de un líder: Churchill y Hitler

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Los buenos líderes evolucionan en su liderazgo. Winston Churchill y Adolf Hitler nos muestran estilos de liderazgo contrapuestos y una evolución diferente en su devenir como líderes durante la Segunda Guerra Mundial.

Por tradición democrática, Churchill tuvo que consensuar la dirección de la guerra, como él la entendía y según sus criterios, con personas que no siempre estuvieron de acuerdo con él. Hitler en cambio imponía su voluntad y no toleraba discrepancias con sus ideas o planes, aunque los expertos le aconsejaban, tomaba decisiones según su “intuición” o por ideas preconcebidas. Aunque los dos se entusiasmaban con sus propios planes, Churchill dejaba las líneas de acción a los especialistas después de haber establecido las líneas generales, mientras que Hitler intervenía en cada estadio del proyecto, y no siempre con racionalidad.

Churchill tuvo que buscar alianzas, incluso contra natura con la Unión Soviética, y trabajó mucho en la coordinación con sus aliados. Hitler buscaba sumisiones en los gobiernos de otros países; su único aliado de cierto peso, Mussolini, no se concertó eficazmente con el ejército nazi y tuvo que recibir la ayuda alemana en Grecia y en Egipto.

Sabemos que Hitler enfrentaba a sus colaboradores, dividiéndolos, repartiendo parcelas y prebendas, enemistándolos, para ser un árbitro de conflictos. El dictador alemán primaba la lealtad o el servilismo por encima de la valía. En cambio, Churchill procuraba rodearse de personas capaces y trabajadoras, aunque no estuvieran siempre de acuerdo con él. Además insistía en la colaboración entre personas, proyectos y departamentos.

A pesar de su personalidad autosuficiente, Churchill “aprendió” a delegar en sus oficiales, a aceptar que en ocasiones sus propias ideas fueran inviables o descabelladas, sus oficiales se exasperaban por tener que insistir y convencerle, tal era el ardor con el que Churchill defendía sus puntos de vista, aunque una vez reconocido el mejor curso de acción lo asumía como propio. Por contra, Hitler desconfiaba de muchos de sus oficiales, toleró cada vez menos la discrepancia, e imponía sus planes en contra de los especialistas sobre el terreno. Mostraba carencia de autocontrol y sus enfados llevaron a que no se le contradijera, empeorando así su situación en la guerra.

Churchill no escondía sus responsabilidades y reconocía méritos a soldados, oficiales y funcionarios. Visitó las zonas devastadas por los bombardeos sobre Londres. Hitler en cambio rara vez salía de su búnker en Berlín y es notoria su ausencia en público en el último año de guerra en mítines y desfiles. Hitler incluso llegó a quejarse de que el pueblo alemán le había abandonado.

La evolución diferente de ambos personajes fue una de las claves del triunfo aliado y de la derrota alemana: mientras que Churchill fue interviniendo cada vez menos en las acciones directas, dejando que los militares profesionales hicieran su trabajo, Hitler se empeñó en intervenir más y más directamente, lastrando la eficacia de su ejército. No tenía un método de trabajo analítico y racional, sino emocional y reactivo, lo que hizo que perdiera batallas decisivas.

En suma, estos dos líderes muestran que la evolución de un buen liderazgo no consiste en adaptarse a las circunstancias, sino sobre todo en aprender a cambiar con arreglo a estas, confiando en los especialistas, guiando al equipo y dándoles margen, y estando al frente tanto en el éxito como en la derrota.

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