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Difícil de tragar

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Cataluña se vuelve a quedar sin Navidad este año a causa de la pandemia. La Generalitat vuelve a imponer el toque de queda, el cierre del ocio nocturno, las limitaciones de aforo para la restauración (50% para la restauración y el comercio y gimnasios 70%) y marca que las reuniones en casas particulares no puedan ser de más de diez personas. Unas medidas exactamente iguales a las de hace un año, cuando estábamos sin vacunas y con las UCI’s desbordadas.

Y servidora podría llegar a entender que estas medidas se tomaran para evitar mayores contagios. Pero es difícil de tragar. Porque estas medidas tendrían sentido si el mismo gobierno no hubiera apadrinado un concierto de Lluís Llach –exdiputado de Junts Pel Sí y presidente de cosas que buscan infligirnos una república catalana– sin controlar ningún tipo de medida de seguridad.

Ni pasaporte Covid, ni distancias de seguridad, ni mascarillas, según han revelado varias cartas al director en diversos medios. Una irresponsabilidad que acogió a 16.000 personas. Pero no fue la única.

Porque este mismo fin de semana, el gobierno alentó y participó en una manifestación contra la sentencia del Tribunal Supremo que obliga a los centros educativos a impartir un 25% de sus horas lectivas en castellano. Según la Guardia Urbana, asistieron 35.000 personas.Ya no es que este gobierno muestre un nivel de cinismo de un tamaño similar a las pirámides de Egipto. No solamente porque nos quieran imponer ilegalmente un monolingüismo que no quiere la mayoría de los catalanes y que no aplican ni con sus propios hijos (busquen si no dónde estudian los hijos del Conseller de Educación).

Es que encima nos vuelve a trasladar toda la responsabilidad sanitaria a los ciudadanos, ensañándose una vez más con la hostelería. ¿Qué ocurre con las reuniones familiares que vienen de lejos? ¿Qué ocurre con las reservas de hoteles, restaurantes y fiestas? ¿Qué ocurre con las compras –domésticas y hosteleras– hechas? Nada: a tragar. Porque no hay planes para hacer pruebas masivas, ni contraprestaciones a la hostelería, ni alternativas.

No las hay, porque hasta hace dos días estaban actuando en sentido contrario. Difícil de tragar también es nuestro equipo de gobierno en Lleida, que incapaz de convencer a nadie para aprobar sus presupuestos, ahora nos los quiere imponer mediante una cuestión de confianza. Sin embargo, aquí sí que hay margen para construir una alternativa.

Una de mínimos hasta las próximas elecciones municipales. Basada en la recuperación económica, la mejora de la limpieza y la seguridad. Y suspender la construcción del albergue de Pardinyes para encontrar un modelo que no enfrente a barrios ni a vecinos.

Lanzo el guante: No un gobierno Frankenstein, sino uno en minoría, con acuerdos puntuales por el bien común. Sin sillones. Sin costes salvo el cumplimiento de lo acordado.

No valen excusas tampoco: si estamos ante el peor equipo de gobierno posible en el peor momento posible hay que ser claros con los vecinos. O se trabaja para formar una alternativa a quienes nos desgobiernan o se mantiene un status quo que parece ser muy cómodo para algunos. Y así hasta 2023.En todo caso, feliz Navidad y buena entrada de año a todos.

Y por favor, no se me atraganten con las uvas.

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