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Con la comunidad ucraniana de nuestras tierras

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Cuando las palabras no parecen tener el efecto deseado los creyentes recurrimos a la oración. Con seguridad estamos ahora en esos momentos de la tragedia de Ucrania. Las palabras nos llevan a la denuncia, a la protesta, al lamento ante los dirigentes que no han sabido, o no han querido, utilizar el diálogo para evitar la guerra, la destrucción y la muerte.

Nosotros pedimos al Dios de la paz que conmueva las mentes de las autoridades en conflicto, que convierta sus corazones para anteponer la vida humana a cualquier otra consideración geoestratégica, social o bélica. Que revuelva sus conciencias para trabajar por una convivencia pacífica utilizando únicamente el diálogo, la diplomacia, el acercamiento fraterno.No queremos caer en el desánimo con el argumento de que en el pasado también hubo enfrentamientos y guerras que causaron grandes tragedias y millones de muertos. Mantenemos la esperanza en una rápida solución respetando la dignidad de toda vida humana y por ello elevamos nuestros ojos al cielo pidiendo ayuda al Señor que todo lo puede y a lo que aspira toda la comunidad internacional.

Esta doble mirada, desánimo y esperanza, la fijamos ahora en los rostros atemorizados de los ucranianos, en los paisajes nevados de ese su gran país, en los edificios y ciudades que se derrumban por efecto de los proyectiles. ¡No más muertes!, ¡que pare la destrucción!No nos cansaremos de unir nuestras voces a las de tantos dirigentes religiosos, sociales y políticos que exigen el fin de la violencia. Así lo ha hecho el papa Francisco invitando a una Jornada de Oración y Ayuno para el próximo miércoles.

Aceptemos el reto de orar, ampliemos nuestro campo de acción para que donde no llegue la palabra, surja espontáneamente la plegaria.Esta guerra nos toca muy cerca a todos nosotros. No solo por la distancia geográfica, no solo por las consecuencias económicas, sino, y sobre todo, por la cercanía con la numerosa comunidad ucraniana que vive en nuestras tierras. Todos nosotros conocemos a alguno de ellos que ahora llora, tiene miedo o sufre por sus familiares y amigos de Ucrania.

Ahora reza con mayor intensidad. Actuaremos con solicitud cristiana si les acompañamos en su dolor y en su espantoso pavor. Desde hace muchos años un grupo de esa comunidad se reúne a celebrar los misterios de Jesucristo todos los domingos por la tarde en el oratorio de La Puríssima Sang (c/ Germanetes, 5).

Es visible su constancia, su devoción, su religiosidad cristiana.Como obispo de Lleida os pido que os unáis a esta comunidad cristiana en la oración, en la escucha y en la solidaridad. Seguro que lo necesitan y nos lo agradecerán por nuestra actitud comprensiva y fraterna.

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