ESNOTICIA
Ucrania:más allá de los titulares
El leridano Gerard Pamplona, investigador de la Universitat Pompeu Fabra experto en historia política, analiza el origen del conflicto entre Rusia y Ucrania y augura que se ha abierto una nueva etapa en las relaciones internacionales y un precedente peligroso para solucionar disputas territoriales entre grandes estados.
La historia de la Europa moderna está llena de acontecimientos bélicos, genocidios, deportaciones y migraciones que han dibujado el actual mapa político, étnico y lingüístico en el que vivimos. El hecho de que desde 1945 no se haya producido ningún conflicto a gran escala exceptuando la Guerra de los Balcanes es, sin duda, un milagro y una anomalía histórica.
Un paréntesis de casi ochenta años que ha permitido, entre otros, articular una sociedad que hasta hace poco podíamos considerar del bienestar y crear lo más parecido a un oasis de libertad, siempre que lo comparamos con otros rincones del mundo. ¿Pero por qué se ha roto esta estabilidad? Los conflictos de intereses y los viejos rencores imperiales entre estados no se han cuidado nunca. Todavía están latentes, quizás no salen a menudo en los medios, pero allí están, a la espera de una oportunidad para aflorar y hacerse oír.
La lucha darwiniana por la supremacía militar y el dominio de los mercados económicos, la dependencia de los países desarrollados de obtener combustibles como el gas, los constantes ataques informáticos entre gobiernos, la lucha subterránea para desestabilizar las democracias liberales, pero también y no menos importante por el control de la hegemonía cultural (muy recomendable leer a Gramsci), condicionan nuestras vidas de una manera que, quizás hasta ahora, no éramos tan conscientes. Occidente, por no decir directamente EE.UU. y su sistema politicoeconómico, ha disfrutado desde 1992 de una pax que, ahora, se ha visto amenazada una vez su viejo enemigo se ha recuperado de la derrota de la URSS, principalmente gracias a la explotación y venta de materia prima y combustibles al resto de Europa.
Eso le ha permitido convertirse de nuevo en un actor de primer orden mundial (ejemplo: Siria y conflicto del Cáucaso) y crear una alternativa internacional a EE.UU. Es decir, ha podido consolidar una esfera de influencia que rivaliza, tanto ideológica como militarmente, con Occidente, además de encontrar la benevolencia de un nuevo actor: China.La actual invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa es producto de esas dinámicas gestadas en los últimos quince años y la culminación de años de procrastinación y debilidad internacional de la sociedad occidental con el fin de buscar una solución, al menos a largo plazo, que pudiera evitarla. Ahora bien, eso no es una manera de exculpar a Rusia de llevar a cabo su política imperial, pero sí un aviso para navegantes para futuros conflictos, como Taiwán o Corea, ambos puntos calientes a escala planetaria y que tienen ciertos paralelismos con Ucrania.
La Federación Rusa no deja de ser la principal heredera de la Unión Soviética, estado socialista que se hizo suyos, después de la Revolución de Octubre, los territorios del Imperio Ruso. En este último, la mayor parte de zonas de la actual Ucrania casi siempre estuvieron bajo dominio de los zares, exceptuando algunas etapas de dominio otomano y austríaco. Era una de las principales regiones agrícolas, industriales y tenía una producción cultural e intelectual digna de envidiar.
No sorprende, pues, que desde una perspectiva rusa ambos estados surgidos de la disolución de la URSS sean vistos como una entidad política y cultural indivisible, únicamente separados a causa de la nefasta política de Gorbachov a principios de los noventa. La coexistencia entre los dos países fue, de 1991 a 2014, más que correcta. Rusia consideró como una grave amenaza las protestas sociopolíticas que provocaron la caída del régimen de Víctor Yanukóvich, próximo a los intereses de Putin.
La lógica política de la guerra fría no ha desaparecido nunca. De hecho, y si tiramos más hacia atrás, el trauma de la Segunda Guerra Mundial sigue más que vivo y sirve como arma política y social para justificar ciertas acciones. Una de ellas es la amenaza del enemigo a las puertas, una idea que históricamente ha estado en la mentalidad rusa, en alto grado lógica si tenemos presente que es el estado mayor del mundo y hace frontera con 16 países.
Después de 1991 Rusia pudo crear una buffer zone relativamente grande a partir de Ucrania y Bielorrusia. En realidad, estos dos países no eran, y son, más que un parachoques bajo la tutela del Kremlin para, en caso de guerra con la OTAN, mantener el territorio soberano ruso lo más alejado de los enfrentamientos.Bajo el pretexto de un avance de la OTAN hacia el este, y la persecución étnica hacia los rusos que viven bajo territorio ucraniano, Putin ahora culmina una política expansionista que se inició con la anexión en 2014 de la península de Crimea y la guerra en las regiones del Donbás, pero que ya daba síntomas de esta vía con la guerra de Osetia del Sur contra Georgia en 2008. Unos objetivos expansionistas que van acompañados de una reivindicación nacional rusa que busca recuperar el orgullo perdido tras la guerra fría (véase el paralelismo con el Tratado de Versalles y el posterior resentimiento alemán) y que aprovecha las debilidades militares y morales de unos EE.UU.
y sus aliados recientemente derrotados en Irak y Afganistán. Las consecuencias de esta guerra que todavía no ha finalizado nos afectarán directamente, en todos los sentidos de nuestra vida cotidiana. Se ha abierto una nueva etapa en las relaciones internacionales y un precedente peligroso para solucionar disputas territoriales entre estados con fuerte relevancia política y económica.
La guerra ha vuelto a Europa y, mientras tanto, China se lo mira todo conocedora de que la verdadera lucha no está en Ucrania, sino en el Pacífico. ¡Solo el tiempo dirá cómo evoluciona todo! Pero vistas las dinámicas y el rumbo de la política actual, la esperanza es poca (¡pero la hay!).