COLABORACIÓN
La rana hervida
Si echamos una rana en un recipiente con agua hirviendo, la rana saltará inmediatamente. Pero si la echamos en una olla con agua a temperatura ambiente y encendemos el fuego, la rana se quedará quieta y su cuerpo se irá adecuando a la temperatura del agua mientras aumenta de grados. Cuando el agua llegue al punto de ebullición, la rana intentará saltar, pero no será capaz de hacerlo porque sus fuerzas se habrán agotado en el proceso de adaptación y terminará, literalmente, cocida.
Esta fábula, ideada por el filósofo francés Olivier Clerc tiene su base en una ley física real y, aplicándola al ser humano, hace referencia al desgaste emocional que se genera cuando nos encontramos atrapados en situaciones de las que creemos imposible poder escapar. Adaptarse a una situación negativa que muy poco a poco genera un malestar mayor hace que normalicemos la situación, sin ser conscientes de que las consecuencias pueden ser catastróficas. Si aplicáramos la fábula a la situación política que vivimos desde hace décadas en Cataluña, una comunidad controlada y gobernada por partidos nacionalistas, podríamos visualizar una gran charca repleta de ranas hervidas.
Una charca que se ha ido convirtiendo en un lago gracias a la aportación de varios riachuelos en los que tradicionalmente chapoteaban ranas de distintos colores –rojas, moradas y azules–, tamaños y géneros. Todas ellas tuvieron mucho tiempo para saltar antes de llegar a la charca, pero se dejaron atrapar porque llegaron al lodazal para ver qué es lo que allí se cocía, y se cocieron.La pregunta es: ¿por qué no saltaron de la charca? Seguramente se dejaron llevar y prefirieron adaptarse al ambiente porque resultaba más cómodo. Era mucho más rentable adaptarse al paisaje monocolor de ranas coronadas que seguir siendo los bichos raros del lugar.
Así, el nacionalismo monocromático nunca ha dejado de controlar la graduación de la temperatura del agua con los fogones, subiendo poco a poco la temperatura y esperando pacientemente el momento en el que llevar el agua a la ebullición. Cualquier catalán que haya pasado una temporada –más o menos larga– fuera de su comunidad, que haya vivido y trabajado en algún otro lugar del mundo, cuando regresa a casa, se encuentra que impera un sistema institucional monolítico que considera que España y los españoles son sus enemigos, y, si quiere seguir formando parte del paisaje, lo que debe hacer es integrarse y mimetizarse, callarse y convertirse. De lo contrario, el riesgo a ser señalado y menospreciado, silenciado y arrinconado está asegurado.
A esta situación no se ha llegado de la noche a la mañana, no. Como pasa con el agua en donde se cuecen las ranas, el proceso lleva su tiempo, pero el éxito está asegurado. El secreto está en mantener el fuego siempre encendido: ora con la exaltación de lo “propio”, como factor diferencial, ora con el victimismo de ser atacados por el malvado enemigo castellano.
Personalmente, he llegado a la conclusión de que la gente, como las ranas, no es peleona de por sí. Y, si no, piensen quién les iba a decir a la mayoría de catalanes que los partidos “del seny” iban a terminar yéndose al pajar con los más antisistemas, con aquellos a los que siempre consideraron un peligro para su estatus. Quién le iba a decir a la gente de Cataluña que siempre votó por costumbre y no por convicción que los herederos políticos del pujolismo iban a organizar un golpe de Estado desde las instituciones catalanas que ellos mismos han venido ocupando desde que hay democracia, y quién les iba a decir que esos nada honorables ladrones de mucho más del 3% que iban a liderar un golpe institucional, a ver si así, proclamando la independencia, se libraban de sus fechorías y de paso, de la cárcel.
La teoría de la rana hervida explica con absoluta simplicidad el éxito que ha tenido la doctrina nacionalista entre la prole de ranas que alguna vez fue libre y alegre. Yo me resisto a perder la esperanza de que aquellas pocas ranas que sí saltaron a tiempo y andamos por ahí desperdigadas desalojemos a los fogoneros y limpiemos y refresquemos la charca. Porque mientras haya una sola rana que nade a contracorriente, existe la esperanza de un menú más variado, más allá de las ancas de rana.