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El funambulismo político

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Nos aproximamos a un invierno que será duro para las familias y las empresas. La inflación está fuera de control, la deuda pública, disparada, hay problemas en la distribución global de materias primas, una guerra que sigue en Europa, caída del consumo, escasez de gas por falta de suministros y el precio de la energía, en máximos históricos. Todo esto no da motivos para ser demasiado optimistas y la recesión económica que se avecina es una realidad.

En este difícil escenario, el Gobierno de España ha anunciado la puesta en marcha de un plan de contingencia energética. Un plan de choque con un paquete de no sé cuántas medidas que no se sabe muy bien cómo se va a implementar, ni cómo acabará afectando a las familias y a las empresas. La falta de concreción del plan choca con la fuerte subida de las pensiones y el incremento de los sueldos públicos que ya se han comprometido de los presupuestos y que tendrá un coste de 20 mil millones de euros.

Un gasto adicional que se pretende afrontar en plena desaceleración económica y en un año electoral en el que el CIS –léase Centro de Investigaciones Socialistas– sigue dando una destacada victoria a la formación cuyo presidente ocupa La Moncloa. El presidente es un buen funambulista, al que le gusta hacer ejercicios sobre la cuerda floja, y sigue dando muestras de improvisación y desorganización a la hora de abordar la gestión de la crisis energética. En clave de política municipal el ejercicio de funambulismo del alcalde también pende de un hilo a la hora de afrontar los últimos presupuestos de su legislatura para la ciudad.

El escenario pinta mal porque se necesitarán un buen puñado de millones más (7, según han dicho) para afrontar la subida energética y la partida de personal. Harán falta pactos para un gobierno municipal que está en minoría. Que nadie se engañe.

Resulta dramático que en una ciudad que necesita más que nunca fuertes liderazgos, quien ostenta la vara de la alcaldía y el principal partido de la oposición estén a la greña, en el turno de desencuentros. La gente tiene motivos para estar hastiada y desencantada con la política municipal, mientras sus problemas se acumulan y se van a amontonar aún más en los próximos meses. Porque enredarse en enfrentamientos políticos que poco o nada interesan a los ciudadanos supone un desprecio hacia ellos.

Aunque parezca una homilía, la imagen de los políticos anteponiendo sus espurios intereses electoralistas en este preciso momento, con la que se avecina y con todos los retos que tenemos por delante en Lleida es, si me lo permiten, pueril. Los gestos, los tuits y los titulares se los llevará el viento, y de los gestos las familias no comen y los autónomos no levantan la persiana. Los ciudadanos esperan políticas públicas que mejoren su vida, que hagan que con sus impuestos la ciudad esté más limpia, sea más segura y que se combata con valentía la lacra de la okupación en los barrios de la ciudad.

La ciudad está estancada, faltan oportunidades y la desaceleración económica, también en Lleida, es ya una realidad. Algo marcha muy mal en el arco plenario que hoy representa a los vecinos de Lleida, y marcha mal precisamente por la cuerda floja en la que insisten en situarse los políticos que prometen y anuncian pero que, en realidad, ni gestionan ni cumplen.

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