CRÍTICADEMUSICA
Juego de damas
Leonskaja utilizó el domingo lo que intuyo que era la partitura general del piano y la orquesta, de la que iba pasando páginas sin mirarlas porque tocó de memoria. Delicada y elegante, con una orquesta que la siguió con la veneración que merece, no renunció al pedal; al contrario, mantuvo vivas las notas cuando la música lo pedía, pero lo hizo con gran sutileza. Luego la orquesta Franz Schubert hizo la quinta sinfonía de ídem, muy mozartiana, con ese equilibrio entre la solidez y el encanto que es propio de los creadores clásicos, para quienes la estructura era una forma de esperanza, de mundo ideal perfecto, de consuelo supremo.
La Franz Schubert Filharmonia hizo la sinfonía con expresivos contrastes de tempi y dinámica, que es como hay que tocar esta música para que no sea aburrida, y con una cuerda algo menos activa que la del día del concierto de Pires, acaso porque no era la misma (la orquesta ha cambiado el nombre y algunos músicos) o porque ese día la sinfonía (la Júpiter de Mozart) tenía muchísima más sustancia. Abrió el concierto el estreno de una obra de Joan Magrané que envuelve un lied de Schubert en una textura tímbrica interesante a base de efectos de la cuerda (armónicos, trémolos, sordina...) que contrastan con un solo evanescente del corno inglés y unas trompas que simulan un efecto de eco. No pasa nada en esta música, pero es hermosa.