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Como casi todo el mundo, un servidor distinguía en el cine solo cuatro categorías de películas: excelentes, buenas, irrelevantes y bodrios. Esta clasificación se ha ampliado recientemente a una quinta: las incomprensibles. Hollywood acaba de dar sus Oscar del Año y la premiada principal resulta que es una película que no se entiende.

Al menos no se entiende hoy como buen cine, aunque tal vez sea una muestra de lo que disfrutarán las próximas generaciones. El tema del multioscarizado film de este año va de asuntos del metaverso, que no deja de ser una fantasía alocada basada en técnicas digitales. Los miembros de la Academia habrán pensado en acercarse a las generaciones futuras, lo que está muy bien, pero en mi opinión y la de muchos aficionados, se han pasado cincuenta pueblos.

Yo creo que con ello lo que se ha conseguido es cargarse la credibilidad de los Oscar para una larga temporada, pongamos al menos tres o cuatro años.Dios me libre de echar la culpa a sus productores, directores y guionistas. En la búsqueda de toda nueva frontera del arte siempre hay un gran mérito, aunque sea para acabar en un rotundo fracaso, pues siempre hay que reconocer el valor del coraje. Si a alguien he de reprocharle algo es a los miembros del jurado; tal vez en esa ilustre comisión estuvieran pensando que esta película titulada Todo a la vez en todas partes era el equivalente de lo que en su día fue 2001 Una odisea en el espacio de Kubrick -una anticipación genial del futuro- pero la comparación en todo caso es un disparate.

Stanley Kubrick era un cineasta con la mirada puesta en el mundo por venir que tenía sus gustos artísticos y sus pies comerciales bien clavados en la tierra, y por eso era capaz de hacer grandes y eternas obras maestras. Esta asombrosa apuesta fílmica de los Oscar -que ha ido mucho más allá de nuestra manera de entender el arte- me deja no solo aburrido, sino atónito y sobrecogido por su atrevimiento al votarla. Y no es que no entendamos de qué va el argumento -un clásico de conflictos parentales de lo más trillado- sino que carece de toda gracia, de toda emoción, o mejor dicho, la emoción se la ha tragado un agujero negro visual sincopado donde los protagonistas y espectadores estamos en todas partes y a la vez en ninguna.

Una épica incomprensible, una estética de copiar y pegar -desde el vídeo casero al manga japonés pasando por el gore y el TikTok- obtienen hoy un premio difícil de entender en el contexto del SÉPTIMO ARTE que, en busca de la modernidad y un lugar en la industria cultural, cada vez se aleja más de lo que fue. Y en cambio, la novedad tecnológica increíble de este año, la película de Cameron, Avatar II, una obra que ha tardado 10 años en cocerse sin que falte la exploración arriesgada de un mágico relato visual lleno de poesía y emociones -además de sensaciones- no ha merecido ni la mención de un solo Oscar. Tampoco ha recibido nada la autobiográfica historia de un Spielberg sensible e inspirado, Los Fabelman, un largo relato impecablemente construido que le mantiene a uno pegado a la butaca.Una gala de EEUU decepcionante.

Así anda el mundo y aún no es primavera. Si hasta los Oscar nos fallan ¿qué más puede pasar?

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