COLABORACIÓN
El grito
Ex director general de la Unesco
La situación es tan grave a escala global, es tan compleja, que da la impresión de que no es posible reconducir las sombrías situaciones actuales: conflictos bélicos que quedan irresolutos en medio de la pobreza extrema; la inmigración en condiciones intolerables, al tiempo que nos hallamos perplejos por la costosísima preparación de viajes al espacio y otros planetas en lugar de hacerlo para el mejor conocimiento y cuidado de la Tierra. Las propuestas de la década de los 60 del siglo pasado (UNESCO, El hombre y la biosfera; Club de Roma, Los límites del crecimiento) fueron, al igual que sucedió después con las dos Cumbres de la Tierra (1992, Río de Janeiro, y 2002, Johannesburgo) totalmente desoídas. Los intereses económicos han seguido prevaleciendo y es especialmente lamentable que en las conclusiones de las reuniones COP sobre medio ambiente se anuncien acuerdos generales… pero “no vinculantes”. ¡Qué vergüenza!Se ha intentado en algunas infrecuentes ocasiones, sustituir la fuerza por la palabra: Wilson en 1919, al crear la Sociedad de Naciones; Roosevelt, en 1945, que establece las Naciones Unidas y promueve la Declaración de los Derechos Humanos; Obama, al finalizar el año 2015, suscribe con visión y coraje los Acuerdos de París sobre Cambio Climático y la Resolución “para transformar el mundo” de la Agenda 2030…Pero acto seguido, como viene sucediendo desde hace siglos, la fuerza de las armas se ha impuesto sobre la mediación y el alto el fuego. “Si vis pacem para bellum” ha sido la respuesta invariable de los grandes poderes. Ahora ha llegado el momento impostergable de sustituir con presteza y rapidez, dada la situación que enfrentamos, el “bellum” por el “verbum”, las armas de guerra por la palabra, por la diplomacia.Es imprescindible actuar no solo con firme voluntad, sino sin ulterior demora, para detener el genocidio de unos y el infanticidio de otros y el terrorismo. Ha llegado el momento de considerar la memoria como un deber y guardar silencio como un acto de irresponsabilidad inadmisible. Está claro que es ahora apremiante una ciudadanía plenamente consciente de la realidad y de las posibilidades de intervención a escala mundial, dejando de ser espectadores de lo que acontece para convertirnos en actores del nuevo destino.La Carta de las Naciones Unidas estableció en su primera frase que “Nosotros, los pueblos” vamos a evitar el horror de la guerra a nuestros descendientes… Era un gran desafío y una gran esperanza. Ahora sí, “Nosotros los pueblos” podemos exigir a escala mundial un modelo de gobernanza democrática, con un nuevo concepto de seguridad (seguridad humana, liderada por el presidente de la World Academy of Art and Science, Garry Jacobs). Son ya numerosas las instituciones (Other News, Roberto Savio; World Peace Forum, José Félix Bentz; Impulsa Talentum, Bru Recolons) que se están uniendo en una gran red global que permita la movilización de la ciudadanía consciente en favor de la nueva era con esclarecidos horizontes.Junto a las acciones de gobernanza ya mencionadas, es preciso llevar a efecto un inmediato alto el fuego en los conflictos abiertos actualmente, poniendo fin sin dilación al sacrificio de la población civil y en especial de la infancia. Otra de las cuestiones que deben abordarse resueltamente es la eliminación de las ojivas nucleares y el fomento de la fusión nuclear como fuente energética. La regulación de las grandes fortunas y de los migrantes y refugiados es otro de los temas que deben tratarse a escala global sin demora.Estamos en el 75 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos. Su aplicación es esencial para la puesta en práctica de los acuerdos que “Nosotros, los pueblos” debemos alcanzar sin aplazamiento. El artículo primero de la Declaración Universal termina diciendo que debemos estar unidos fraternalmente. Sí: solo la fraternidad podría llevar, en estos momentos, a una solución a escala mundial, a una nueva era. Una gran red global de instituciones universitarias, científicas y artísticas podría hacerse oír. Y la fuerza de la razón prevalecería, por fin, sobre la razón de la fuerza.