Un clan de manzanas podridas
La adaptación serializada de la novela homónima de Liane Moriarty decepciona al desaprovechar el potencial planteado por la intriga inicial. La trama gira en torno a Joy (Annete Bening) y Stan Delaney (Sam Neill), dos excampeones de tenis que dirigen su propia academia de entrenamiento y que gozan de una aparente vida idílica junto a sus cuatro hijos Troy (Jake Lacy), Amy (Alison Brie), Logan (Conor Merrigan-Turner) y Brooke (Essie Randles). Sin embargo, la paz de los Delaney se ve dinamitada tras la misteriosa desaparición de Joy durante uno de sus paseos en bicicleta. A medida que la investigación policial avanza y los secretos del clan van saliendo a la luz, también se dilatan las sospechas entre todos sus miembros. Dejando en el aire qué le ocurrió concretamente a Joy, el guion transita entre el pasado y el presente para presentar a la quinta en discordia de la historia: una joven llamada Savannah (Georgia Flood) que fue acogida en el seno de la familia –a pesar de las reticencias de los cuatro hermanos– tras aparecer herida en la puerta de su casa. La fórmula de mantener el suspense dedicando cada capítulo a un personaje –y a sus respectivos traumas y resentimientos– se agota con extrema rapidez. No nos encontramos ante un drama familiar complejo, sino más bien todo lo contrario. Los conflictos internos que se van destapando mediante conversaciones –en ocasiones, algo forzadas– se sienten más como artificios para prolongar la cinta que no para servir al espectador como piezas del puzle a resolver. Incluso los detectives del caso, Elena Camacho (Jeanine Serralles) y Ethan Remy (Dylan Thuraisingham), se llegan a sentir incapaces de avanzar en la investigación desde el segundo episodio ante el absoluto desconocimiento de Joy por parte de sus propios hijos. Y he aquí el principal problema del show: nadie conoce realmente a Joy. Su personaje –como el resto del reparto– se limita a reproducir el clásico arquetipo de madre poco valorada, sin más elaboración que esa. Mientras que la obra de Moriarty se centra en el sensacionalismo de los medios y las redes sociales ante un caso de tal magnitud, aquí la showrunner Melanie Marnich (Asesinato en el fin del mundo, The Affair) se limita a escarbar en un drama familiar tan ridículo como insustancial. En conjunto, interpretaciones incluidas, todo es tan caricaturesco desde el inicio que incluso resulta complicado tomárselo en serio.