Joaquín Ureña: La obra hasta el final
ABOGADO
La semana pasada recibí la última de las llamadas de quien tanto me alegraba recibirlas. Me contaba su satisfacción por estar dando los últimos toques a su exposición en Madrid y me citó en su casa el lunes porque algo me quería contar al respecto. La tristeza de que tal encuentro ya no tuviera lugar formará parte de ese trozo de vida que se pierde con la desaparición de las personas verdaderamente queridas.De Joaquín Ureña se ha escrito mucho porque tanto su pincel como su persona así lo demandaban. Mi padre fue uno de los más entusiastas en tal labor por su admiración hacia la obra en sí, pero también por una simpática y larga relación que tejió la más sincera amistad. Escribir ahora sobre Joaquín tiene un cierto efecto de sustituir la larga e inacabada conversación que tuve el privilegio de heredar. Porque es cierto que siempre estaba pintando, pero también lo es que nada le impedía hacerlo manteniendo su gran afición por la conversación. Para mis hermanos y para mí es un recuerdo imborrable los días que, por invitación de nuestro padre aún en vida, pasó Joaquín con nosotros, pintando tanto los rincones de la casa familiar como los del Somontano oscense a los que le llevábamos. No dejó el pincel durante toda su estancia, pero era a la vez el más activo participante en la conversación mantenida agitadamente entre todos. Quienes le han tratado cercanamente saben que así era su vida. Se ha escrito mucho y bien en estos días penosos sobre nuestro gran pintor y amigo, por lo que solo puedo añadir algo que concierne al encuentro último que debiera haber tenido lugar justamente cuando esto escribo. Para Joaquín, pintor permanente y constante, la periódica exposición en Ansorena, su tradicional galerista de Madrid, suponía siempre un período previo de preparación y de preocupación; no era una exposición más. En Madrid, ciudad que conocía bien desde su época de estudiante en la Escuela de Arquitectura, fue acogido excepcionalmente desde hace muchos años como resultado del gran entendimiento con el galerista, de las buenas reseñas de la crítica y de la respuesta cálida del público. Lo mismo ocurría con ocasión de la última que ha dejado perfectamente preparada. Como si de una premonición se tratara finalizó el último de sus trabajos en la obra a exponer la misma tarde que acabó con su vida. Así es cómo entendía la vida, cómo se entregaba a su obra y, se me ocurre pensar, cómo le habría gustado finalizar ambas.Solo tres días separan la inauguración de la exposición del fallecimiento, lo que la convierte en la más especial y cuidada de las innumerables que Joaquín ha protagonizado. Es muy poco frecuente que el artista expuesto no haya podido llegar a ver el resultado final por tan escaso margen de tiempo, pero es inaudito que haya finalizado el último trabajo a la vez que su vida se extinguía. Estremece saber que así ha sido, pero reconforta pensar que es así como le habría gustado al protagonista. Acabar su vida pintando, puesto que pintando vivió.María del Mar, su adorable guía vital, ha tenido clara esta continuidad de obra y vida de la que Joaquín le contagió. Ha entendido con abnegación lo que significa haber compartido la vida con el hombre, con sus cuadros y pinceles. Ha comprendido también que la apertura al público de esta transcendente exposición debía contar con su presencia aun con todo el reciente dolor, lo que hace presagiar que seguirá siendo la primera y más firme protectora de la obra. Por mi parte, cargado de emoción, visitaré la exposición y recomiendo hacerlo a quien pueda. Quiero ver una vez más aquellos perfiles leridanos tan bien incardinados en la bulliciosa Navidad madrileña. Comprobar el efecto que produce ver los libros y las ventanas de la casa de Joaquín radiantemente iluminados en la calle Alcalá. Intentaré saber mirar y saber pensar, cosas que a nuestro amigo y maestro le enseñaron y que con tanto empeño bien supo enseñar.