CRÍTICADECINE
Belleza en descomposición
El danés Nicolas Winding-Refn logró convertirse en un prometedor realizador con las tres entregas de Pusher, con su actor fetiche Mads Mikkelsen hoy día bien instalado en el cine internacional. Su mirada violenta y descarnada impactaba por su realismo sucio, incluso incómodo. Pero había en esas películas un talento digno de atención. Con Drive, Winding-Refn entró por derecho propio en la galería de directores de culto gracias a una contundente historia negra con ribetes de obra maestra. Tal vez esa deslumbrante carrera haya llevado al director hacia un límite donde parece haberse bebido el entendimiento, donde el ego y su predecible onanismo le han llevado hacia una película extrema, e incluso desagradable hacia su tramo final, que es donde se pierden los papeles, el concepto de lo que nos quería revelar, esa mirada atroz hacia el mundo de la moda, hacia la metamorfosis humana para seguir estando en el candelero, hacia la envidia y los deseos de destruir lo bello por parte de modelos ruines, presas de rabia hacia la delicadeza y perfección de una joven que arrasa desde el principio en la despiadada Los Ángeles, protegida por un personaje ambiguo que la desea sobre vivos y muertos. Pese a una estética precisa, donde prevalece un narcisismo extremo convertido en imágenes, entre lo cool y el decorado de escaparate, combinado con ambientes claustrofóbicos y decrépitos de insidioso motel, el director realiza a base de sangre, necrofilia, crimen y antropofagia su triple salto mortal, convirtiendo una película con ínfula crítica en sus provocadoras pretensiones y con la soberbia de dejar un sello personal en una afectada crónica del exceso.